Dicho
simplemente, el Sindicato es el instrumento para la defensa de clase. Harto se
comprende, además, que el concepto general de clase, desde nuestro punto de
vista, no admite más que una: la sujeta a la ley del salario.
Si el concepto general
no admite más que una sola clase, se deduce fácilmente que en el Sindicato
caben todos los asalariados, con tal que lo sean efectivamente, sin distinción
de ideas políticas y confesionales, ya que el Sindicato, de derecho, es el
instrumento que se desenvuelve en el plano de las luchas económicas, y es en
ese plano de convergencia, común a todos los asalariados, donde resulta posible
un estado de convivencia inteligente entre los mismos, por más heterogénea que
sea la compasión espiritual e ideológica de la colectividad formada por ellos.
La defensa de clase
frente a la burguesía, que como clase aparece siempre compacta en la defensa de
sus intereses, sólo puede desarrollarse eficazmente mediante la unión del
proletariado en un fuerte bloque de oposición; y esa unión no es realizable en
ningún caso por una espontánea coincidencia ideológica y siempre por la
correlación de los intereses comunes de clase. Primero son los intereses
profesionales y económicos el agente único que determina la unión, y luego es
la convivencia la que engendra y realiza la coincidencia ideológica; de donde
resulta fatalmente que si el Sindicato, de derecho, no es más que un
instrumento que se desenvuelve en el plano de las luchas económicas, por la
coincidencia ideológica trasciende de hecho en el orden de la lucha político-
social.
Todo el problema
consiste en una cuestión automática que nada ni nadie puede escamotear.
La burguesía sabe
perfectamente que su prosperidad económica y su hegemonía político-social
dependen de la miseria del proletariado, y es ahora, en la post-guerra, que se
comprueba, como predijeran pensadores y economistas, y muy magistralmente Henry
George, que a mayor progreso corresponde mayor miseria. La burguesía fuerza el
desenvolvimiento del progreso mecánico, e insuficiente éste para el objetivo
social perseguido, busca el complemento en la llamada racionalización de la
producción, cosas ambas cuya tendencia directa consiste en provocar la
concurrencia de brazos y, por consiguiente, la depreciación de los mismos; es
decir, el objetivo social perseguido, de que antes hablamos, es éste: crear una
reserva de desocupados con el doble fin de obtener la mano de obra barata y de
situar al proletariado en estado de indefensión como clase.
Por otra parte, la
concentración de las industrias en trusts o la inteligencia de las mismas sobre
la base de los denominados cárteles, tiene por finalidad desterrar la
concurrencia en los mercados, esto es, evitar las competencias comerciales,
dejando vía libre a la iniciativa capitalista en la valorización de los
productos, cuyo resultado no será otro, no es ya otro, que el encarecimiento
general del costo de la vida.
De forma, pues, que
mientras el progreso mecánico y la racionalización de la producción permite al
capitalismo obtener la mano de obra barata y retener al proletariado en estado
de indefensión como clase, a la vez, por medio de los trusts y cárteles,
consigue la facultad de la iniciativa en la valorización de los productos en el
mercado.
Si la prosperidad
económica y la hegemonía político-social de la burguesía dependen de la miseria
del proletariado, es indiscutible que la miseria de éste en la presente fase de
la evolución capitalista tiene unas perspectivas desoladoras.
Pero simplifiquemos la cuestión
hasta reducirla a términos asequibles a las más sencillas inteligencias, ya que
éste y no otro es el objeto.
La lucha contra el
patronato tiene dos trascendencias, una de carácter puramente económico y otra
de orden humano. La primera, y en el mejor de los casos, no pasa de ser una
conquista ilusoria; cuando en la segunda hay conquista, ella tiene una
tangibilidad positiva, practica, y además trae siempre al proletariado ventajas
de orden moral de clase, las cuales colocan a aquel en marcha ascendente hacia
su emancipación
Entendámonos. Cuando el
proletariado se lanza a la lucha en pos de una conquista económica, esto es, de
un aumento en los salarios, la conquista no es más que una ilusión. La
burguesía carga sobre la producción el tanto por ciento equivalente a aumento
adquirido por la mano de obra, y la consecuencia es lógica: el proletariado ha
visto aumentados sus salarios, pero ha visto a la vez, o casi a la vez,
aumentar también el coste de la vida. El fenómeno es consubstancial al sistema
económico de la sociedad capitalista, y la expresión del fenómeno es cosa fatal
e indeclinable. No pasa lo mismo cuando la conquista representa la reducción de
jornada u otra mejora que tienda a la humanización de las condiciones de
trabajo, ya que entonces, aunque el patronato no descuida nunca buscar la
compensación correspondiente a la mejora o mejoras obtenidas por la mano de
obra, y la compensación significa siempre recargar los precios de los
productos, el proletariado alcanza una cantidad de libertad y de bienestar
físico y moral, mas tangibles y positivos que las conquistas económicas, que en
ningún caso, o en pocos casos, representan ventaja alguna.
Pero no hay que analizar
el problema desde el punto de vista individual solamente, sino también desde el
colectivo. Cuando las jornadas eran de diez o mas horas diarias de trabajo, el
argumento en que se apoyaba la petición de la jornada de trabajo se basaba en
la razón, muy humana, por cierto, de que con ello se facilitaría trabajo a los
desocupados. Conseguida la jornada de ocho horas, se ha visto que las legiones
de desocupados, lejos de desaparecer o disminuir, han aumentado. Nadie niega
que la implantación de la jornada de ocho horas fue seguida de un periodo de
tiempo en que los desocupados desaparecieron casi en absoluto, pero puede
afirmarse que ese periodo no fue mas que una transición necesaria, durante la
cual el patronato organizo las industrias para que el exceso de producción
creara de nuevo el problema de los desocupados.
hay dos maneras de mantener
la miseria del proletariado, tan necesaria a los intereses del capitalismo: la
reserva de desocupados y la coerción gubernamental. En el grado de eficacia
necesaria, esta solo es posible con intermitencias, y por eso la burguesía pone
siempre en primer plano la subsistencia del problema de los sintrabajo, que en
la balanza social es el factor constantemente dispuesto a entrar en competencia
y a suplantar a los trabajadores predispuestos a las rebeldías reivindicativas.
No esta el mal en una
manifestación externa de la organización capitalista: el mal es mas hondo, ya
que el implica la medula del sistema social basado en la explotación del hombre
por el hombre. Por este motivo la legislación social reguladora de las
relaciones entre el capital y el trabajo, todo el intervencionismo del Estado
creando institutos, corporaciones, tribunales arbitrales y demás órganos de
fomento de la colaboración de clases, no son mas que paliativos para desviar la
verdadera y eficaz acción de clase del proletariado.
La solución positiva,
pues, esta en la destrucción del sistema capitalista.
Sin embargo lo dicho, el
Sindicato no puede desdeñar el aplicar una parte de sus actividades a la
consecución de me joras económicas, y mucho menos a la consecución de
reducciones de jornada. No puede desdeñarlo, por cuanto cada una e sus mejoras
responde a anteriores imperativos de los determinismos económicos y de la
evolución del progreso mecánico En cada petición de mejoras económicas, el
proletariado muévese determinado por el sentimiento de necesidades económicas
apremiantes, y lo mismo ocurre en cualquier otro orden de peticiones. Pero
constatemos que aun obteniendo el proletariado los mayores triunfos, su
situación económico-social es siempre la misma
La ventaja moral,
imperceptible a simple vista, está en que, generalmente toda petición de
mejoras va seguida de lucha, y esta lucha por las cosas inmediatas es una
gimnasia que entrena a las masas para la lucha final, aparte de que cada lucha,
mayormente si va seguida del triunfo, es una afirmación de la personalidad y
del valor social del proletariado.
Esto es, en síntesis, el
Sindicato: afirmación de la personalidad y del valor social del proletariado,
lo cual, sin el Sindicato, no tiene forma de expresión sino en contadas individualidades,
incapaces por sí solas de manumitir a la Humanidad de su esclavitud
económico-político-social, y aun para librar al proletariado de las injusticias
y aberraciones del capitalismo y el Estato.
Por
superestructura de la organización no debe entenderse otra cosa que aquella que
se expresa no los organismos superiores de orden general, como son la
Federación local, la comarcal en determinados casos, y las Confederaciones
regional y nacional, las cuales en ningún caso han de ser otra cosa que centros
de relación v de estudio de los problemas generales que no solamente afectan a
tal o cual sector industrial, sino a todo proletariado, y han de ser, además,
los centros adecuados para el concierto de la solidaridad obrera v para las
acciones a fondo contra el Estado y el capitalismo
No teniendo olvidado que
no existe clase social alguna que descuide la tenencia de un organismo u
organismos locales, regionales y nacionales representativos y de defensa de los
intereses de clase que les son propios, resulta ocioso insistir en la necesidad
que tiene el proletariado, como clase que es, de disponer de organismos
generales de carácter local, regional y nacional, que sean el instrumento
representativo y de defensa de sus intereses generales de clase. Por eso
renunciamos a la exposición teórica del papel de tales organismos para fijar la
atención sobre las funciones que les son propias, tanto más necesario el
fijarlas cuanto de esas funciones se ha hecho base de las más lamentables confusiones
en que las esencias federalistas recibieran tan duro golpe.
La célula de la
Federación local, naturalmente, es el Sindicato, como aquélla lo es de la
Confederación regional y ésta de la Confederación nacional. Conviene, sin
embargo, constatar que en todas las manifestaciones de la vida local, regional
y nacional, el Sindicato lo es todo y nada relativamente los órganos federales
y confederales, ya que éstos, a lo sumo y en todo caso, no son mas que la
expresión de la soberanía de aquél. La Federación local es célula, en sus
relaciones y pactos con la federación regional, en tanto representa la voluntad
de los sindicatos que la integran y valorizan. Lo mismo ocurre con la
Confederación,. regional, cuya personalidad es reflejo de la voluntad de las
Federaciones locales, e igualmente pasa con la Confederación nacional, que no
es más que la mandataria de las Confederaciones regionales. Nos hallamos, pues,
ante un sistema de relaciones y de actividades basado sobre las esencias del
federalismo más depurado, ya que él sigue una trayectoria que va de abajo
arriba y de la periferia al centro, es decir, del individuo a la colectividad y
de ésta a la supercolectividad, representada por los órganos generales.
Es preciso valernos de
los ejemplos. Cada Federación local es un voto uniforme o proporcional en las
deliberaciones de la Confederación regional, como cada Confederación regional
es igualmente un voto en las de la Confederación nacional. Pero esto ocurre en
ausencia de los sindicatos, en los cuales reside todo el poder, por la sencilla
razón de que los órganos superiores, con todo y ser llamados superiores, en
todas sus actuaciones no son más que representantes mandatarios de los
sindicatos.
Supongamos que se
celebra un Pleno regional, al que por el carácter del mismo y por razones de
economía, asisten solamente las Federaciones locales y comarcales, en cuyo caso
es lógico que correspondan a éstas las funciones deliberativas. Lo mismo ocurre
en los Plenos nacionales, en cuanto a las Confederaciones regionales. Pero
supongamos, además, la celebración de un Congreso regional o nacional, a los
que asisten directamente los sindicatos, y entonces el derecho deliberativo es
privativo de éstos, en manera alguna de los organismos federales, puesto que,
en buena doctrina federalista, en ellos no reside más que el derecho
informativo.
Digamos que esa regla ha
sido la que corrientemente se ha observado en los Plenos y Congresos, y si
hablamos de ello ahora es sencillamente para dejar sentado un método de
relación.
Es en otro orden de
cosas donde hay que puntualizar para prever y evitar que se inviertan los
términos de los procedimientos, pasando del federalismo al centralismo.
Ninguno de los
organismos federales y confederales tiene personalidad alguna en las cuestiones
profesionales, por cuanto éstas están exclusivamente subordinadas a los
sindicatos y a las federaciones de industria. La industria vidriera, por
ejemplo, tiene una suma de problemas profesionales o de otro orden cualquiera
que afectan solamente a los vidrieros, y ellos harán lo que mejor convenga a
sus intereses profesionales y colectivos.
En el caso en que los
vidrieros se lancen a una huelga o tengan necesidad de declarar el boicot a una
fábrica de vidrio o a la industria vidriera, es cuando, a condición de que
exista previa petición, empieza el derecho de intervención de los organismos
federales y confederales de carácter general -no hay que decir que según los
casos-, cuya misión consiste en organizar y facilitar la solidaridad de los
demás gremios, ya sea en el sentido de ofrecer el apoyo económico y moral en el
caso de huelga, ya sea en el de concertar y coordinar los medios que hagan
factible y eficaz la realización del boicot. Conviene dejar bien sentado que en
cualquiera de ambos casos la intervención de los organismos superiores ha de
ser simplemente de colaboración, jamás traducida en funciones directivas.
Por ejemplo, hemos visto
a un gremio lanzarse a una huelga no importa por qué motivo o finalidad, y al
llegar a trance comprometido, los obreros afectados han recurrido a la
solidaridad moral de determinados gremios, los cuales, con un gesto solidario
suyo, podían crear una situación de anormalidad social; y en este caso hemos
visto demasiadas veces que el comité de la Federación local de la población
teatro del conflicto se ha erigido en director del movimiento, hecho contrario
a los principios federalistas, ya que lo procedente en estos casos es la
designación de un comité ejecutivo compuesto de representantes de los distintos
sindicatos afectados por el conflicto.
En esa clase de
movimientos, la función del comité federal de la localidad se constriñe a ser
centro de relación y de orientación, y si alguna vez ha de actuar como director
de un movimiento sindical es en el caso de huelga general -y tampoco es eso
indiscutible, por cuanto una serie de razones pueden aconsejar que la dirección
del movimiento sea encomendada a un comité ejecutivo-. Pero aun así, el comité
federal continúa siendo mandatario por cuanto, precisamente, sus resoluciones
deben de ser avaladas por los delegados sindicales, los cuales, a su vez, y en
el máximo posible, han de actuar por mandato de sus respectivas asambleas.
Y lo que decimos del
comité de la Federación local, salvando las respectivas características, es lo
mismo que diríamos de los comités confederales de carácter regional y nacional.
La función más
fundamental de ]os organismos superiores está en la realización de las
resoluciones de los congresos, cuya labor es siempre de orden general. La
evolución económico-industrial del capitalismo y las aspiraciones de evolución
político-social del proletariado. aparte otras muchas cuestiones permanentes de
justicia y de oposición al Estado, son problemas de interés para todo el
proletariado, la atención de los mismos no compete a este o a aquel gremio,
sino al proletariado en general por cuyo motivo el único órgano adecuado para
constituirse en centro de relación, orientación y consejo con miras a la
realización de soluciones es el comité de la Confederación nacional, si los problemas
son nacionales o internacionales, y el de la Confederación regional si ellos
son regionales, etc.
Es en esas actividades
de relación, orientación y consejo donde, según buena doctrina federalista, se
sigue una trayectoria del centro a la periferia, ya que en el caso concreto de
los problemas nacionales e internacionales, el orden de actividad parte de la
Confederación y llega a los sindicatos por el canal de la Confederación
regional y la Federación, local.
Como para dar una idea
general lo dicho es bastante, vamos a resumirlo
en breves palabras.
Los organismos
superiores, que nosotros calificamos de superestructura de la organización, no
son más que lo expuesto: centros de relación, orientación y consejo para el
concierto de la solidaridad obrera y de coordinación para los ataques a fondo
contra el Estado y el capitalismo.
Pero toda la razón de
ser de los organismos superiores y las atribuciones y facultades de los mismos
están absolutamente limitadas por la voluntad y el referéndum de los sindicatos.
La
finalidad del Sindicalismo es esencialmente política. Sabemos que la palabra
política" hiere la vista y los oídos de muchos camaradas, y, sin embargo,
al decir que la finalidad del Sindicalismo es esencialmente política, hablamos
con propiedad.
Decimos política" y
no político-social", porque el Sindicalismo tiende a un fin: a la toma de
posesión de la tierra, fábricas, talleres, minas v de todos los útiles y medios
de producción, transporte y cambio; diríamos político- social" o
social" a secas, si fuese el Sindicalismo el llamado a estructurar moral y
orgánicamente las formas de convivencia social de la sociedad futura y, por
tanto, a trazar el orden de las relaciones económico- industriales en el nuevo
estado de cosas creado por la Revolución Social. Pero no es así, por cuanto el
llamado a hacerlo es el Anarquismo, no sólo como escuela socialista, sino
porque desde el primer momento de producirse el hecho violento de la
Revolución, erígese él en cerebro orientador y organizador de ésta.
A ese concepto nos
atenemos todos cuando afirmamos que el Sindicalismo es un medio y un fin para
el anarquismo y es preciso decir ahora que cuando atribuimos al primero
finalidades político-sociales, en lugar de la finalidad política que le es
propia, es cuando nos hallamos en la convergencia del Sindicalismo y el
Anarquismo en mutuo complemento, que en ningún caso es confusión y sí
continuidad.
Digamos de una vez que
la finalidad del Sindicalismo es la Huelga General, de la que se seguirá la
abolición de la propiedad individual para convertirla en común.
En otra parte de este
opúsculo hemos ya dejado entrever que sin ese ataque a fondo contra el
capitalismo, la suerte del proletariado no tiene solución de continuidad, será
siempre esclavo del salario, base de su esclavitud universal.
Replicando a los que
calificaban de utópica a la huelga general, Arístides Briand, el prominente
gobernante francés, ha dicho en el Congreso General del Partido Socialista de
Francia, celebrado en 1899:
¿Decís que es utópica?
Pues si persistís en juzgarla así, será preciso que vengáis a declarar que
consideráis también como destinada al fracaso toda tentativa para determinar
una corriente profunda de solidaridad obrera, debéis decirnos que el movimiento
sindical está condenado a no alcanzar jamás su completo desarrollo, que tenéis
a los trabajadores por demasiado inconscientes para formar en un momento dado
una Confederación general. Pues yo tengo más confianza en ellos y estoy
convencido de que, con la ayuda de la propaganda y multiplicándose los
sindicatos, adquiriendo cada día una noción más clara de sus intereses y de sus
deberes, los trabajadores realizarán la unión. Sí, un día, todos los
trabajadores, estrechamente agrupados sobre el terreno sindical, opondrán una
fuerza irresistible a ese patronato que no ha esperado a que los trabajadores
adquieran consciencia de sus intereses para unificar contra el proletariado.
La nueva táctica, en
efecto, no tiene por objeto único y exclusivo servir los intereses puramente
económicos, sino que, si llega el caso, puede emplearse con la misma eficacia
en la defensa de las libertades políticas que el proletariado considere a justo
título como condición definitiva. En este sentido fue votada por primera vez,
en el Congreso corporativo de Marsella, en 1892, la organización de la huelga
general.
Ahora, cuando hacía
entrever la posibilidad de semejante batalla entablada entre el proletariado y
el patronato, unos compañeros decían:
¡Eso será la Revolución!
' Pues, sí, yo lo digo también': creo firmemente que la huelga general 'será la
Revolución' Pero la Revolución bajo una forma que da a los trabajadores más
garantías que las del pasado y en la que les expone menos a las sorpresas,
siempre posibles, de las combinaciones exclusivamente políticas.
No es ya una revolución
alrededor de falaces fórmulas no se trata va solamente para el pueblo de
conquistar la facultad pueril v quimérica de inscribir en el frontón de los
monumentos públicos sus derechos a la libertad, a la igualdad y a la
fraternidad. Es una revolución de las cosas que al fin permite al hombre pasar
del terreno le las palabras al de las realidades.
La oposición apasionada,
hecha por los hombres más eminentes del partido obrero francés, a la concepción
de la huelga general, es tanto menos comprensible cuanto que los marxistas han
atribuido siempre a la evolución económica una influencia decisiva sobre la
modificación de los medios sociales. ¿No ha fundado principalmente Marx la
esperanza de la próxima revolución sobre la situación antagónica que resulta
del carácter privado" del modo de apropiación opuesto al carácter
social" del modo de producción?
¿Cómo hombres imbuidos
de esos principios, como Guesde y Lafargue, han podido juzgar como utópica y
falaz la idea de la huelga general, cuya consecuencia es la expropiación de los
instrumentos de producción por aquellos mismos que están ya sistematicamente
organizados para hacerlos funcionar? ¿No es verdad, compañeros, que si la
Revolución ha le afectar alguna vez al carácter de la lucha de clases, ha de
ser ésta?.
Realmente la recia
argumentación de Briand es de una consistencia a toda prueba. El proletariado
conquistara mejoras más o menos importantes se hará la ilusión de que el
progreso político-social es un hecho incuestionable, tangible; pero, en
realidad, él no habrá salido de la esclavitud económica, que conlleva la
esclavitud intelectual, política y social
En general -dice el
mismo Briand-, la historia demuestra que el pueblo apenas ha obtenido más que
lo que ha tomado o podido tomar él mismo. ¿Qué etapas hay en la marcha de la
Humanidad hacia su emancipación que no estén marcadas con sangre? Hasta fuera
de los períodos revolucionarios, casi siempre baja la influencia de la amenaza
y por efecto de una intimidación han sido sucesivamente consentidas las mejoras
populares. Sin la menor intención de negar la influencia de la evolución sobre
esos diversos cambios de estado, creo poder afirmar, sin temor de ser
desmentido por nadie, que la realización efectiva de los progresos sociales se
ha retrasado siempre sobre la evolución misma. Siempre ha sido necesario el
golpe decisivo, el esfuerzo supremo, ha revestido la forma francamente
revolucionaria, o háyase limitado a la amenaza.
Es una conveniencia el
que Briand hable por nosotros. Quisiéramos tener el espacio necesario para
hacer que fuera él el que siguiera hablando de lo que nosotros hemos de callar.
Subrayemos, pues, que fue en el Congreso corporativo (sindical) de Marsella, en
1892, donde se habló por primera vez de la huelga general y ha sido Briand el
que, poniendo todas las esperanzas emancipadoras del género humano en la acción
sindical, ha cantado con mayor elocuencia la transformadora grandeza de la
huelga general.
En definitiva, si el
Sindicalismo Revolucionario es algo positivo, indudablemente el irá a su
finalidad: a la huelga general con todas sus consecuencias, a la expropiación
de los instrumentos de producción, a la abolición del capitalismo del Estado.
Admitamos en hipótesis
que el proletariado está en plena huelga general que ésta ha triunfado
completamente.
Después del hecho
violento, la labor más urgente e inaplazable es optimizar la producción, no
sólo con miras a que la máquina económica sufra el menor quebranto posible.
sino también con el fin de asegurar el triunfo de la Revolución; labor que no
puede estar encomendada a nadie más que a los Comités de fábrica, taller, etc.,
los cuales, por tanto, deben ser los llamados a tomar posesión de los
respectivos centros de producción y ponerlos en funciones.
Se púede afirmar que con
ese paso termina la misión esencialmente revolucionaria del Sindicalismo. Desde
ese momento, aunque sin negar la fundamentalidad que siempre tiene en la
sociedad lo que es expresión económica de la misma, el Sindicalismo, en tanto
que factor importantísimo, deviene en valor secundario. Lo principal es la
Comuna, nexo de todos los valores individuales, morales y económicos de la
sociedad.
Porque suponiendo que el
Sindicalismo es admitido como valor básico, como gerente de la nueva sociedad,
en seguida veremos que siendo el Sindicalismo la expresión representativa de
una pluralidad de sectores industriales, comprendidos en ellos todos los
aspectos de la economía, es de esa pluralidad de donde nace un Considerable
peligro para la existencia de la misma sociedad. Hay industrias básicas y las
hay secundarias, dependientes unas de otras; las hay también preponderantes en
utilidad y extensión sobre otras; y teniendo presente las flaquezas humanas, es
admisible que esa superioridad sería base para que lo básico y preponderante
tratase de sojuzgar a lo secundario e inferior industrialmente. De ahí la
necesidad de un nexo, que no puede ser más que la Comuna, centro en que no
solamente convergen las relaciones económicas del agro v la industria, sino que,
además, es el representante del interés general de la sociedad.
El peligro es otro aún.
Admitamos que la huelga general se realiza en España y que los sindicatos toman
las fábricas, talleres, minas, etc., y admitamos, asimismo, que son ellos los
que toman a su cargo, no sólo la organización de la producción, sino también la
distribución de la misma bajo su exclusiva responsabilidad y conveniencia de
cada uno; y admitido esto, admitamos también que la Confederación Nacional del
Trabajo se erige en centro de relaciones económico-industriales y en regulador
de las condiciones de convivencia social, y en este caso será una democracia
económico- industrial- agrícola, nos encontraremos otra vez ante el Estado sin
atenuantes de ninguna clase, ya que el Estado, en todo caso, no es más que una
máquina adrninistrativa encarnada en nuestra hipótesis por una imprescindible
burocracia sindical.
En efecto son hipótesis
todas esas figuras; pero, sin embargo de todo, la trayectoria del Sindicalismo
está trazada sobre esa serie de hipótesis que, tanto en la forma como en el
fondo, son un ataque a la causa de la libertad.
Porque la sociedad
futura no será una sociedad de manuales. Lo será de hombres, manuales, unos, e
intelectuales, otros, confundidos todos en una sola clase social y si los
sindicatos hubieran de ser los gerentes de la producción y de la distribución
de los productos, ¿cuál sería en esa sociedad el papel del médico, y el del
escritor, y el del artista, en fin, el de todos los obreros de la inteligencia?
Si la célula de la sociedad no fuera el individuo, sino el Sindicato, los
intelectuales tendrían necesariamente que constituir sus sindicatos o
corporaciones, y asusta pensar en el problema que ello crearía, por cuanto, por
poco que se analice, nos hallaríamos ante la supervivencia de las clases
sociales, ante un problema de castas antagónicas socialmente.
Por eso conviene dejar
bien sentado que si la magna y complicada máquina económico-industrial-
agrícola de los pueblos hará imprescindible tener a mano el gran medio de los
sindicatos, éstos, en la sociedad futura, no deberán ser otra cosa que
instrumentos técnico-profesionales para la organización y coordinación de la
producción en sus variados aspectos, y siempre un medio al servicio de la
colectividad social, cuya expresión ha de ser la Comuna, órgano coordinador del
libre acuerdo y del interés general de la sociedad libertaria, cuyos lemas
fundamentales, sin distinción de nada ni de nadie que aporte su esfuerzo o su
inteligencia al acervo común, son éstos:
De cada uno, según sus
fuerzas; a cada uno, según sus necesidades."
Todos para uno y uno
para todos"
Para
que los peligros que conlleva en sí el Sindicalismo -véase lo dicho en el
capítulo anterior- puedan ser evitados es necesariamente preciso que los
anarquistas traten en todo momento de proyectar su espiritualidad ideológica
sobre el movimiento sindicalista. Ya hemos dicho que el Sindicalismo es una
formidable arma de lucha, la materialmente de mayor contundencia para
enfrentarse con los enemigos del proletariado pero repetimos que el
Sindicalismo no es un fin social ni lo busca concretamente, si no es al calor
reflejo de entidades ideológicas ajenas al mismo.
Véase lo que ocurre en
Francia, por ejemplo. El partido socialista ejerce su influencia sobre la C. G.
T., la ejercen asimismo los comunistas sobre la C. G. T. U., e igualmente la C.
G. T. S. R. recibe la influencia de los anarquistas. Es interesante observar
que la proyección de esas influencias de las diferentes escuelas ideológicas
sobre las centrales sindicales en ningún caso supone confusión de entidades y
mucho menos un hecho de absorción. Cada entidad conserva su personalidad mejor
o peor definida, en relación a sus intereses específicos y es natural y muy
razonable que así sea por cuanto los componentes de la C. G. T. no son, ni de
mucho, socialistas todos como tampoco son todos comunistas y anarquistas los
componentes de la C. G. T. U. y la C. G. T. S. R., respectivamente. Es
incuestionable que entre esas entidades ideológicas y las centrales sindicales
hay el vínculo de una estrecha relación y un mutuo reconocimiento que las
identifica relativamente, pero nunca existe la intrusión de una entidad en
otra, cuyo caso no puede darse sin menoscabo de la personalidad y soberanía de
la entidad intervenida materialmente por otra. Y es que en Francia y en casi
todos los países del mundo, en cuanto a las relaciones del partido o agrupación
ideológica con la colectividad sindical, se distingue la
intervención material"
de la influencia espiritual.
Hoy, en España,
constituye un problema la no distinción de esos dos términos, los cuales, con
todo y ser tan distintos, van y consiguen llegar a un mismo fin aunque la
desventaja está en aquellos que persiguen conseguir las directivas de la CNT
con la material intervención de colectividades ajenas a la misma.
Y no sólo está la
desventaja en hacer más largo el camino. Como han dicho Malatesta, Rocker,
Fabbri y otros camaradas no menos ilustrados, opiniones compartidas por los dos
últimos Congresos de la A. I. T., la confusión del Anarquismo con el
Sindicalismo pone al primero en peligro de ser desnaturalizado por las lógicas
fluctuaciones a que es sometido el segundo por los determinismos económicos y
políticos de la sociedad capitalista, aparte de que, como se ha visto
prácticamente, para conseguir un movimiento obrero con finalidad anarquista no
es preciso llegar a esa confusión.
Admitamos que la
declaración de principios del Congreso del Teatro de la Comedia es insuficiente
para definir las actividades de la CNT, como un movimiento obrero con finalidad
anarquista v admitamos, además, que en 1923 las actividades confederales
representaban un movimiento obrero específicamente anarquista, sin transición
alguna entre el Sindicalismo y el Anarquismo. Este, entonces, habríase visto en
el trance de optar entre adaptarse al nuevo estado de cosas, hecho
absolutamente inadmisible, o desaparecer. Tratándose de un movimiento obrero,
la desaparición sólo se concibe de una forma. colectivamente, y la
desaparición, en este caso, no solamente hubiese sido del movimiento, sino
también del Anarquismo vinculado colectivamente a aquél.
No había en 1923 tal
movimiento obrero específicamente anarquista, y en el trance de desaparecer
algo, aunque relativamente, ha sido el Sindicalismo el que desapareció. El
Anarquismo, como escuela y como colectividad, queda en pie, inconmovible,
porque él no es movimiento de masas, sino corriente espiritual e ideológica, un
valor moral orientador y de impulsión
Hablemos de las
agrupaciones específicas, de los llamados "grupos anarquistas", cuya
misión, a juicio nuestro, es tan trascendental en sí misma como necesaria al
Sindicalismo.
Las agrupaciones
específicas no son selecciones profesionales, es decir, grupos de individuos de
una misma profesión sino núcleos de individuos unidos por el nexo de la
afinidad en aspectos diversos y del afán de cultura y de formación espiritual
para la propaganda y la acción político-social. Cada agrupación específica debe
ser la fragua en que se forjen los orientadores de las masas proletarias y los
adalides de la transformación fundamental de la sociedad.
Orientar a las masas no
lo hace el que quiere, sino quien puede, y adalid de una causa o una acción no
lo es cualquiera que tenga arrestos de macho, sino el que, además de esos
arrestos administrados conscientemente, tiene cultura, inteligencia y sabe usar
de buenas razones para convencer y levantar los entusiasmos por la acción o la
causa propugnada.
La agrupación específica
es lugar de estudio. Los más destacados problemas éticos, económicos, políticos
y sociales han de pasar por ella y ser puestos sobre la mesa de disección para
su análisis trabar profundo conocimiento con lo analizado y de ello formarse un
juicio lo más real y exacto posible, con el fin de que el resultado del estudio
sea beneficioso a la causa de la emancipación humana.
Si las agrupaciones
específicas son núcleos de individuos de profesiones heterogéneas, en ellas
deben debatirse todos los problemas generales y llegar, mediante el acuerdo
adoptado libremente, a conclusiones concretas y a proposiciones de orientación
orgánica, económica-industrial, sobre cultura y mil temas más que sería prolijo
enumerar.
Demos ejemplos precisos.
Supongamos que la llamada racionalización del trabajo es el tema puesto a
debate en un grupo anarquista, y supongamos que éste tiene el suficiente
sentido de ponderación para estudiar el tema en sus principios científicos y en
su alcance y consecuencias económico-industriales y de clase; y habida cuenta
de todo ello, la conclusión no puede ser menos que una posición con vistas a
contrarrestar los efectos de la racionalización del trabajo, tan perniciosos a
los intereses económicos, morales y colectivos del proletariado. Esa posición
opositora habrá de descansar sobre razones y verdades demostrables, y son esas
verdades y razones lo que hay que llevar al seno de las organizaciones
sindicales. Ilustrados los individuos componentes de la agrupación específica,
cada uno de ellos debe erigirse en preconizador y adalid de esas razones y
verdades en su respectivo sindicato, siempre con el propósito de orientar a
éste y conducirlo por sendas conformadas a las necesidades de clase y a la
finalidad ideológica del Anarquismo.
Más claro aún. La
agrupación anarquista es el centro de estudio y el laboratorio donde se labora
el cerebro de la nueva Humanidad, cuya lucidez ha de irradiar y proyectarse
sobre el alma y el cerebro del pueblo y, por tanto, en las organizaciones
sindicales, por la acción propagandista de los individuos componentes de la
agrupación. Queremos decir que el individuo toma la luz de la agrupación para
llevarla al sindicato o a otros medios colectivos o de reunión, sin que esa
función intermedia del individuo haya de significar que la agrupación es una
prolongación del sindicato o viceversa, ya que el sindicato y la agrupación
específica son dos cosas distintas e independiente y, por ende, inconfundibles.
El individuo anarquista
habla con criterio anarquista en el sindicato, en la tertulia y en donde quiera
que esté, y es evidente que si ese individuo es culto, inteligente y razonable,
su criterio puede tomar proporciones preponderantes y la tertulia y la
organización sindical serán atraídas por el criterio anarquista, su apostolado
espiritual lo será de captación, con mayor eficacia que si su apostolado lo es
de coacción y de imperio en nombre de un ideal, aunque éste sea de máxima
libertad.
Lo que necesita el
individuo, es que no le falte la agrupación específica donde hallar la fuente
de orientación, de inspiración y de impulso para la propaganda.
Decíamos
que lo que necesita el individuo es que no le falte la agrupación específica
donde hallar la fuente de orientación, de inspiración y de impulso para la
propaganda. Añadimos ahora que ello no basta. Es necesario que el individuo
disponga del medio de hacerse", de formar su mentalidad famillarizándose
con las más positivas ramas del saber humano. sobre todo con las ciencias
económicas y sociales.
Generalmente hablando,
puede afirmarse que las agrupaciones específicas de nuestros días -y nuestros
días empiezan a contar desde algunos años- tienen más de club carbonario que de
aula para el cultivo de las inteligencias. Diríamos que nada tienen de aula y sí
mucho de estrechez y puerilidad, pues abandonados los elementos de la cultura,
que indudablemente señalan los horizontes permiten abrir otros nuevos, las
agrupaciones anarquistas contemporáneas no son más que exponentes de solemnes
ingenuidades que nada resuelven ni pueden
Sin negar las buenas
intenciones y la abnegación de los componentes de esas agrupaciones, forzoso es
decir que la generalidad de ellos desconocen las líneas generales del
Anarquismo y la misión de los anarquistas. Las ostras no se abren con oraciones
y sí con un instrumento incisivo y resistente, pero el que no sabe manejar ese
instrumento, corre el riesgo de lesionarse sin conseguir su objeto de abrir las
ostras. Queremos decir que lo más importante que disponer del instrumento lo es
el saberlo manejar.
Si a la mayoría de
camaradas catalogados como anarquistas se les sometiera a un examen, los
problemas sobre que se les preguntara, casi en totalidad, quedarían sin
contestar. Saben, sí, que el mundo descansa sobre la injusticia social; pero,
histórica y científicamente, desconocen sobre qué descansa la injusticia
social. Saben que las víctimas de esa injusticia constituyen la inmensa mayoría
de la Humanidad; mas política, económica y sociológicamente, desconocen las
bases racionales y prácticas para gestar en esa mayoría la fuerza volitiva de
manumisión integral. La causa de ello es una: la falta de cultura. Porque la
misma fuerza, si no está regentada por la cultura, raras veces es fuerza.
Generalmente, es impulsión esporádica que se extingue en su propia impotencia.
Veamos una de las bases
de esa falta de cultura. No son todas, ni mucho menos, las agrupaciones
específicas que disponen de bibliotecas que hagan bueno el lema cultura y
acción". No diremos que sean las más las que carecen de ellas. Sin
embargo, por pocas que sean, el hecho da una idea del pobre concepto que del
Anarquismo se tiene. Pero es preferible dejar esos caricato- anarquistas que en
tan pobre concepto tienen el ideario que dicen profesar, ya que no se preocupan
de estudiar en los libros la grandeza filosófica y social de su doctrina.
El hecho interesante es
otro. Nuestras andanzas por varias regiones españolas nos han puesto delante de
muchas bibliotecas de centros obreros, culturales de agrupaciones específicas,
y en casi todas ellas hemos
observado un mismo
defecto capital: la librería era homogénea, o casi homogénea. Nuestros
sociólogos y pensadores, la mayoría de los teorizantes del Anarquismo, figuran
en los estantes. Pero sólo por excepción hallaréis en ellos, los nombres de los
sociólogos, pensadores y economistas de la acera de enfrente.
Tal vez se trate de un
fenómeno de inconsciencia; no obstante, del hecho resulta que se huye del
contraste, siendo así que de él brota la luz que ilumina los intelectos.
Cualquiera f que pretenda cultivarse intelectualmente entregándose
exclusivamente al estudio de una escuela determinada, lejos de cultivarse, como
puede ser la pretensión, se convertirá en dogmático, quizá en fanático del
dogma que le hizo presa. En cambio si además de las doctrinas preferidas se
estudian otras doctrinas de oposición a las primeras, no solamente serán éstas
tanto más asequibles y asimilables, sino que, por natural añadidura el
individuo estará en condiciones normales para comprenderlo todo, de razonar
sobre todo, y estará, en fin, sobre el camino de cultivarse real y
positivamente.
Quien sin dolerle
prendas observe imparcialmente el panorama ofrecido por las agrupaciones
específicas de España, advertirá en seguida que él es el resultado del defecto
que acabamos de señalar.
Para el anarquismo
militante español, por no hablar más que de el, no existen las leyes de la
evolución sino en un grado muy poco subido. Los aires de renovación que
impulsan al individuo a superarse un poco cada día, en proporción a la
vertiginosa marcha del progreso universal, no soplan para la generalidad de los
anarquistas. Sin pensarlo ni quererlo, ella se empeña, cual crustáceo, en vivir
encerrada en su concha de tradiciones.
Objetivamente, los
autores anarquistas producen muy poco sobre cuestiones económicas y sobre todos
los problemas creados por las modernas manifestaciones del capitalismo
industrialista y agrario, en cuyo alrededor giran todos los fenómenos morales y
políticos y cuyo todo, puesto en estudio y asimilado conscientemente, provoca
grandes inquietudes espirituales y determina nuevas fuerzas y constantes
renovaciones de los métodos de lucha. Pero ese defecto de producción, que en
parte podría ser subsanado recurriendo a la producción de autores no
anarquistas, se agrava tanto más cuanto mayor es la aversión a todo lo que no
sean letras anarquistas.
Dudar es el principio de
toda sabiduría", ha dicho Volney, y la generalidad de los anarquistas no
sabe o no quiere dudar, y de ahí su anquilosis intelectual. Si supiera dudar,
las bibliotecas no tendrían una librería homogénea, sino todo lo contrario, y
al lado de los libros de un Reclus y un Kropotkin estarían los de Marx y Saint-
Simon, y al lado de los volúmenes de los economistas socialistas -aceptados en
su acepción verdadera- estarían los de un Adam Smith y un Henry George.
He ahí algo que sería
doloroso tener que puntualizarlo más.
Pero conviene
consignarlo, porque en su rectificación hallarán las agrupaciones específicas
-y las no específicas- un complemento de sí mismas.
Veamos otra de esas
bases de nuestra pobreza intelectual.
Los anarquistas del
siglo pasado y principios del presente no se contentaban con tener sus
agrupaciones específicas. Sus inquietudes precisaban, por lo menos en las
grandes poblaciones, de los Centros de Estudios Económicos y Sociales, en los
cuales encontraban los elementos necesarios para el cultivo de su espíritu y su
intelecto. Y tanto lo conseguían, que grandes mentalidades burguesas de
aquellos campos no tenían a menos el medir su cultura y sus talentos con los
talentos y la cultura de sencillos obreros manuales, que, en justo homenaje sea
dicho, honraban los ideales que decían profesar. Al leer de vez en cuando
aquellas edificantes controversias, en que obreros anarquistas defendían elevada
y elocuentemente nuestros ideales frente a potencias intelectuales, sentimos la
misrna emoción que hubiéramos sentido de haber asistido a ellas.
Es preciso retornar a
aquellos tiempos en que, intelectualmente y como valores positivos, los
anarquistas merecen el respeto y la admiración del adversario; y el deseo de
ese retorno conlleva la necesidad de elevar el concepto de la cultura, lo cual,
ya que para los proletarios están cerradas las Universidades y vedada la
enseñanza superior, puede conseguirse constituyendo instituciones de estudios
económicos y sociales y de cultura general, obra iniciada ya en diferentes
poblaciones donde los compañeros tienen un alto sentido de la misión del
Anarquismo.
Pero adviértase que no
basta constituir esos centros culturales para asistir a ellos a oír cursillos
de conferencias. En cuestiones culturales es muy conveniente que el sujeto
pasivo pase a ser sujeto activo en el mayor grado posible de intensidad. Oír o
leer una lección, es algo; pero más interesante que la lección oída o leída, lo
es el ejercicio sobre la misma -y pase la vulgaridad, si vulgaridad es repetir
la verdad-. Queremos significar que cualquier problema presentado al estudio,
para que éste sea tal, hay que someterlo a juicioso análisis y a no menos comprobación
luego.
Es necesario insistir. X
viene a nuestro Centro de Estudios Económicos y Sociales a dar una conferencia
sobre un tema determinado, por ejemplo, Las bases morales y económicas de la
sociedad futura". Como suele ocurrir, el tema será desarrollado en líneas
generales, en forma que el orador pueda dar una idea", pero no toda la
idea" de la importancia del tema, y como sea que en nuestro Centro, además
de la Junta administrativa, hay constituidas diversas comisiones, cada una de
ellas en calidad de ponente de una especialidad determinada, la de Sociología
es la que tiene por misión recoger las líneas generales expuestas por el
conferenciante y emitir una ponencia completando detalladamente lo que diríamos
alcance total del tema desarrollado"; ponencia que probablemente no será
perfecta, ni mucho menos, lo que no obstará para que ella sea leída en una
asamblea o reunión general del Centro, convocada al efecto, la cual discutirá,
enmendará y ampliará el trabajo de la Comisión de Sociología.
Es indudable que
ejercicios de tal naturaleza serían tan eficaces en el cultivo de los
intelectos, como lo son los ejercicios gimnásticos en la cultura física.
Tenemos la convicción de
haber recordado algo provechoso. Por lo menos, ahí expuesto queda lo que
entendemos como dos complementos de la agrupación específica, y sería altamente
deplorable que los anarquistas españoles continuaran siendo indiferentes a la
necesidad de bibliotecas con librerías heterogéneas de carácter universal, y a
la no menor necesidad de los centros culturales con actividades como las que
hemos esbozado. Verdaderas bibliotecas y lo que no vacilamos en considerar como
Universidades obreras.
Es necesario entregarse
al contraste, enfrentarse con la luz y ver a través de ella.
La
misión universal de los anarquistas no consiste en una cuestión dialéctica, más
o menos lírica, de crítica exclusivamente demoledora ni consiste tampoco en un
vegetar emulando a los topos. Su misión es una cuestión de estudio y de hechos,
de cultura y acción, en cuya tarea entran por igual la fuerza demoledora, la
fuerza constructiva y el genio creador que lentamente, con fe más creciente
cada vez, va levantando el edificio social y futuro sobre los cimientos
ruinosos de la sociedad capitalista.
La actual estructura
orgánica del Anarquismo militante, la forma de desarrollar éste sus actividades
en nuestros días, no destruye nada y construye muchísimo menos. Le sobra de
palabras lo que le falta de comprensión y de obras positivas. Le falta tanta
autoridad moral e intelectual como le sobra afán de predominio, de absorción,
de audacia imperativa.
Salvando las honrosas
individualidades que se desenvuelven al margen del Anarquismo militante, es
hora de decir que éste, colectivamente considerado, está por hacer", mejor
dicho, que los anarquistas están por hacer". El anarquista consciente,
dinámico, capaz de coadyuvar eficazmente a la transformación de la sociedad, no
se hace" en el grupo donde la unilateralidad, la falta de control y de
contraste reinan de un modo absoluto. No vamos contra el grupo, pues que él
sirve para iniciar al individuo. Buscamos el complemento, el control, la
bilateralidad del contraste, que suelen dar una medida exacta a las ideas y a
las cosas, y es lo que en todo caso hace al individuo consciente de sus ideas y
aspiraciones.
Buscamos el retorno al
Centro de Estudios Políticos, Económicos y Sociales.
El Anarquismo no es una
doctrina de clase. Es una doctrina de manumisión universal y humana. Al grupo
no van hoy más que los proletarios manuales, los que, a lo sumo, tienen un
autodidáctico y muy a menudo equivocado concepto de la vida, perdido siempre en
un dédalo de dudas e incertidumbres; por el contrario, el Centro de Estudios
Políticos, Económicos y Sociales es lugar donde, además de los trabajadores
manuales acuden siempre el profesor, el médico, el químico, el escritor, el
artista, esto es, las representaciones de las ciencias, la literatura y las
artes, las cuales, si por el valor positivo que en sí incluyen tienen el don de
la contención, tienen también el don de la irradiación y una fuerza dinámica
aleccionadoras, intelectualmente constructivas, que es lo que los anarquistas
necesitamos para llegar al grado de conciencia de nuestra misión y para ser
algo más que los propulsores de una aspiración ideal de remota realización
futura
Los trabajadores de las
profesiones liberales no van al Sindicato porque ellos no están sometidos a la
rígida ley del salario. Pero sí lo están a las injustas leves económicas de la
sociedad capitalista, de ellas son víctimas, por ellas sienten fuertes
sacudidas espirituales y la necesidad de protestar v de sacudirse el yugo de un
sistema social que trata a la majestad de la inteligencia, cuando ella no se
somete a las rutinas y a los convencionalismos, con el mismo menosprecio que al
esfuerzo muscular. El Anarquismo militante ha de ofrecer lugar de acogimiento a
esos trabajadores intelectuales descontentos del sistema social presente, y
debe hacerlo, no brindándole como una protección, sino reconociéndoles su
propio valor, llamándolos como mentores de los que tienen o tenemos muchísimo
que aprender, pero a los cuales nosotros, aun reconociéndonos inferiores,
debemos estar prestos a discutir.
El lugar de acogimiento
adecuado son los centros de cultura, esto es, el Centro de Estudios Políticos,
Económicos y Sociales. En él, los trabajadores intelectuales deben constituir
el profesorado, sin otra autoridad que la derivada de la propia valía moral e
intelectual, mientras los manuales deben ser los alumnos, pero alumnos
intransigentes con la duda, dispuestos a la controversia con los profesores,
alumnos afanosos de entrar en el fondo de cada una de las ramas de las ciencias
y del saber humano.
De eso hemos hablado ya
anteriormente, y sólo nos resta precisar con algún ejemplo.
Por lo común, el atraso
intelectual del anarquismo militante se evidencia, por ejemplo, en la confusión
de los términos marxismo" y marxista". Se habla con ironía y con
harto menosprecio del marxismo, y el gesto en sí no prueba otra cosa que el
profundo desconocimiento de la importancia v transcendencia de la escuela
económica del filósofo alemán. És tan honda la crítica que Marx ha hecho de la
sociedad capitalista; es tan fundamental su concepción del materialismo
histórico, que, al ser ésta erigida a sistema, el mismo Bakunin, enemigo mortal
de Marx, tuvo que reconocer v aplaudir la obra de éste como economista y
filósofo.
Ciertamente que la
ironía y el menosprecio por el marxismo descansan sobre el desconocimiento o la
incomprensión de la obra escrita de Marx; y, sea desconocimiento o sea
incomprensión, esto nos prueba la unilateralidad intelectual de la generalidad
de los anarquistas. Porque son muchos los que por pereza desconocen esa obra,
en la que Carlos Marx aparece con su triple personalidad de político, filósofo
y economista, y es bajo cada una de esas tres facetas, a cual más destacada,
que se debe juzgar la personalidad del rival de Bakunin. Los anarquistas
discreparemos en absoluto del Marx político, no estaremos muchas veces
conformes con la filosofía marxista, pero es tan real y evidente la concepción
del proceso del materialismo histórico, del que el autor de El Capital hizo un
sistema, que por fuerza hemos de rendirnos a la evidencia y reconocer al genial
economista.
¿Y por qué no decir algo
más de lo que pensamos? Creemos estar seguros de que un gran contingente de
anarquistas desconoce El Capital, la obra cumbre de Marx, y creemos, además,
estar seguros de que la mayoría de ese contingente cambiaría radicalmente su fobia
por una admiración sincera a la obra del economista Marx, si esa mayoría
venciera su pereza o su prejuicio y estudiara v se asimilara las grandes
enseñanzas que se desprenden de los XXIX capítulos de El Capital.
Nosotros hemos tenido
ocasión de constatar en muchos anarquistas cómo confunden lamentablemente el
dinero con el capital, y hemos comprobado que otros conocedores de que el
capital no es precisamente dinero, sino trabajo acumulado, no sabían explicar
satisfactoriamente qué es trabajo acumulado
qué supervalía en sus
diversos aspectos, como tampoco han explicado, ni siquiera elementalmente, cómo
se verifica el proceso de la acumulación capitalista.
Y sin embargo, todo eso
y mucho más que se halla en El Capital, son materias cuya conocimiento es elemental
para los que se reclaman militantes en la magna lucha
económico-político-social. Y como no todos los elementos de economía hay que ir
a buscarlos en la obra económica de Marx, la investigación de esa materia, que
constituye el problema matriz de la sociedad humana, lleva indefectiblemente al
conocimiento de que otros hombres anteriores a Marx hablaron de Europa y
América de todos los fenómenos de la Economía y de la relación de ésta con
todos los problemas individuales y colectivos de la sociedad capitalista y de
todos los sistemas sociales por haber, sin hablar de los habidos; y se llega a
la conclusión, no desmentida por el propio Marx, de que a éste no le
corresponde más gloria que el haber recogido todos esos fenómenos de la
Economía, relacionarlos científicamente entre sí y hacer de todo ello una
doctrina económica tan precisa como admirable.
Pero insistamos sobre el
falso concepto que se tiene del marxismo.
Veamos lo que ocurre en
las Universidades burguesas -por ahora no hay otras-. En los programas de las
asignaturas de Economía Política, que sepamos, no se excluye el estudio del
marxismo, y ello nos prueba dos cosas: que el marxismo es un valor básico como
escuela económica y que el estudio del marxismo no obliga en manera alguna a
profesarlo como ideario político- social. Nos hallamos, pues, con que la
burguesía, consciente del deber de documentarse, estudia el marxismo, sin que a
nadie pueda ocurrírsele que ella deviene marxista; lo contrario de lo que
ocurre entre los anarquistas, generalmente considerados, pues éstos se lanzan
al adjetivo de marxista" como el peor de los insultos al que se atreve a
valorizar justamente al marxismo como escuela económica, mejor dicho, como
doctrina económica.
El libre examen, la
búsqueda del pro y el contra para formar el contraste de valores, la cultura
bilateral, nada de eso importa. Enemigos doctrinarios de Marx, nada ha de
importarnos la doctrina de éste. Desconocerla es un deber", parece que
dicen algunos anarquistas. Y menos mal si el círculo de hierro se levantara
sólo para la obra de Marx -hemos hablado de éste tomándolo como ejemplo-. Si se
exceptúa a los literatos, el círculo se levanta contra todos los filósofos,
sociólogos y economistas de enfrente. Así yace nuestro movimiento sin nervio,
de espaldas a las realidades, avanzando y retornando a su punto de partida, sin
trascendencia en el mundo de las realizaciones positivas.
El Centro de Estudios
Políticos, Económicos y Sociales, por otra parte, puede y debe ser la base de
organización del Anarquismo militante. Una institución cultural de esta
naturaleza en Barcelona, por ejemplo, en la cual se acogiera a los trabajadores
intelectuales de espíritu inquieto y por cuya tribuna desfilaran las
notabilidades del saber humano, muy pronto formaria pléyedes de jóvenes
capacitados para enfrentarse con los más destacados problemas de la vida
colectiva. La bondad de sus resultados podría traducirse en la constitución de
nuevas instituciones análogas en otras barriadas y en otras ciudades y
poblaciones de la provincia, de lo cual podría resultar asimismo la Federación
provincial de Centros de Cultura, cuya misión podría consistir en el
intercambio de valores o en el concierto para la organización de las
actividades culturales, como también en dar unidad a las iniciativas y al
movimiento cultural.
El ejemplo motivaría,
sin duda alguna, el que el resto de la región, y aun las demás regiones de
España, siguieran el mismo camino, con lo que se conseguiría haber dado una
forma positiva a la organización y al movimiento del Anarquismo.
Las posibilidades
económicas de los Centros de cultura, reforzadas con las aportaciones y la
colaboración de las organizaciones sindicales y cooperativistas, indudablemente
podrían ser la base para la creación y sostenimiento de buen número de escuelas
racionalistas, y del éxito de nuestros esfuerzos individuales y colectivos
dependería la posibilidad de crear y sostener asimismo escuelas técnico-
profesionales. Un movimiento así articulado pondría a nuestro alcance los
resultados siguientes:
a) La escuela primaria,
con la que librariamos a los hijos del proletariado de los perniciosos efectos
morales y espirituales de la escuela confesional y burguesa.
b) La enseñanza
superior, de la que nos vemos privados los trabajadores a causa de las propias
condiciones de existencia hijas de un propósito sistemático de la sociedad
capitalista
c) Acceso a los
conocimientos técnico-profesionales desde el punto de vista científico, lo que,
en plazo breve, pondría a la clase obrera sobre el dominio de los diversos
factores relativos a la industria y la agricultura, en tanto que, asimismo la
pondría en condiciones de organizar y dirigir técnicamente el mundo de la
producción; y
d) La personalidad
colectiva del Anarquismo militante y lo que es rnás, la expresión de esta
personalidad por una generación de jóvenes cultos, altamente capacitados para
pensar con su valía moral e intelectual sobre los problemas del presente y para
acelerar el proceso de la revolución politico-social de España, por no hablar
más que del pais en que vivimos.
Colocados sobre esta
base, el movimiento del Anarquismo militante retornaría al esplendor teórico
del pretérito, se revalorizaría con las aportaciones experimentales del
presente, llegaría a la comprensión de que no hay problemas del que él deba
estar ausente, la comprensión de estos mismos problemas lo pondría en el deber
de obrar permanentemente sobre ellos y estaría, en fin, en condiciones de ser
el cerebro y la dínamo de la conciencia colectiva del proletariado.
El Anarquismo militante
no seria todo sentimiento, más sensiblería que sentimiento. Seria todo doctrina
comprendida, dominio de las realidades históricas y acción articulada y
consciente.