El Estado no es la patria; es la
abstracción, la ficción metafísica, mística, política y jurídica de la patria.
La gente sencilla de todos los países ama profundamente a su patria; pero éste
es un amor natural y real. El patriotismo del pueblo no es sólo una idea, es un
hecho; pero el patriotismo político, el amor al Estado, no es la expresión fiel
de este hecho: es una expresión distorsionada por medio de una falsa
abstracción, siempre en beneficio de una minoría explotadora.
La patria y la nacionalidad son,
como la individualidad, hechos naturales y sociales, fisiológicos e históricos
al mismo tiempo; ninguno de ellos es un principio. Sólo puede considerarse como
un principio humano aquello que es universal y común a todos los hombres; la
nacionalidad separa a los hombres y, por tanto, no es un principio. Un
principio es el respeto que cada uno debe tener por los hechos naturales,
reales o sociales. La nacionalidad, como la individualidad, es uno de esos
hechos ; y por ello debemos respetarla. Violarla seria cometer un crimen; y,
hablando el lenguaje de Mazzini, se convierte en un principio sagrado cada vez
que es amenazada y violada. Por eso me siento siempre y sinceramente el
patriota de todas las patrias oprimidas.
La esencia de la nacionalidad. Una patria representa el derecho incuestionable y sagrado de
cada hombre, de cada grupo humano, asociación, comuna, región y nación a vivir,
sentir, pensar, desear y actuar a su propio modo; y esta manera de vivir y de
sentir es siempre el resultado indiscutible de un largo desarrollo histórico.
Por tanto, nos inclinamos ante la tradición y la historia; o, más bien, las
reconocemos, y no porque se nos presenten como barreras abstractas levantadas
metafísica, jurídica y políticamente por intérpretes instruidos y profesores
del pasado, sino sólo porque se han incorporado de hecho a la carne y a la
sangre, a los pensamientos reales y a la voluntad de las poblaciones. Se nos
dice que tal o cual región - el cantón de Tesino [en Suiza], por ejemplo
-pertenece evidentemente a la familia italiana: su lenguaje, sus costumbres y
sus restantes características son idénticos a los de la población de Lombardía
y, en consecuencia, debería pasar a formar parte del Estado italiano unificado.
Creemos que se trata de una
conclusión radicalmente falsa. Si existiera realmente una identidad sustancial
entre el cantón de Tesino y Lombardía, no hay duda alguna de que Tesino se
uniría espontáneamente a Lombardía. Si no es así, si no siente el más leve
deseo de hacerlo, ello demuestra simplemente que la Historia real - la vigente
de generación en generación en la vida real del pueblo del cantón de Tesino, y
responsable de su disposición contraria a la unión con Lombardía - es algo
completamente distinto de la historia escrita en los libros.
Por otra parte, debe señalarse que la historia real de los individuos y los
pueblos no sólo procede por el desarrollo positivo, sino muy a menudo por la
negación del pasado y por la rebelión contra él; y que este es el derecho de la
vida, el inalienable derecho de la presente generación, la garantía de su
libertad.
La nacionalidad y la solidaridad
universal. No hay nada mas absurdo y al mismo
tiempo más dañino y mortífero para el pueblo que erigir el principio ficticio
de la nacionalidad como ideal de todas las aspiraciones populares. El
nacionalismo no es un principio humano universal. Es un hecho histórico y local
que, como todos los hechos reales e inofensivos, tiene derecho a exigir general
aceptación. Cada pueblo y hasta la más pequeña unidad étnica o tradicional
tiene su propio carácter, su específico modo de existencia, su propia manera de
hablar, de sentir, de pensar y de actuar; y esta idiosincrasia constituye la
esencia de la nacionalidad, resultado de toda la vida histórica y suma total de
las condiciones vitales de ese pueblo.
Cada pueblo, como cada persona, es
involuntariamente lo que es, y por eso tiene un derecho a ser él mismo. En eso
consisten los llamados derechos nacionales. Pero si un pueblo o una persona
existe de hecho de una forma determinada, no se sigue de ello que uno u otra
tengan derecho a elevar la nacionalidad, en un caso, y la individuali-dad en
otro como principios específicos, ni que deban pasarse la vida discutiendo
sobre la cuestión. Por el contrario, cuanto menos piensen en si mismos y más
imbuidos estén de valores humanos universales, más se vitalizan y cargan de
sentido tanto la nacionalidad como la individualidad.
La responsabilidad histórica de
toda nación. La dignidad de toda nación, como la de
todo individuo, debe consistir fundamentalmente en que cada uno acepte la plena
res-ponsabilidad de sus actos, sin tratar de desplazarla a otros. ¿No son muy
estúpidas todas esas lamentaciones de un muchachote quejándose con lágrimas en
los ojos de que alguien lo ha corrompido y le ha puesto en el mal camino? Y lo
que es impropio en el caso de un muchacho está ciertamente fuera de lugar en el
caso de una nación, cuyo mismo sentimiento de autoestima debería excluir
cualquier intento de cargar a otros con la culpa de sus propios errores.
Patriotismo y justicia universal. Cada uno de nosotros debería elevarse sobre ese patriotismo
estrecho y mezquino para el cual el propio país es el centro del mundo, y que
considera grande a una nación cuando se hace temer por sus vecinos. Deberíamos
situar la justicia humana universal sobre todos los intereses nacionales. Y
abandonar de una vez por todas el falso principio de la nacionalidad, inventado
recientemente por los déspotas de Francia, Prusia y Rusia para aplastar el
soberano principio de la libertad. La nacionalidad no es un principio; es un
hecho legitimado, como la individualidad. Cada nación, grande o pequeña, tiene
el indiscutible derecho a ser ella misma, a vivir de acuerdo con su propia
naturaleza. Este derecho es simplemente el .corolario del principio general de
libertad.
Todo aquél que desee sinceramente
la paz y la justicia internacional debería renunciar de una vez y para siempre
a lo que se llama la gloria, el poder y la grandeza de la patria, a todos los
intereses egoístas y vanos del patriotismo.