De Chicago a la flexibilización
(Por Osvaldo Bayer). Los viejos luchadores la volvieron a acariciar: la campana que el 16 de octubre de 1901 anunció, en la Vuelta de Rocha, por primera vez en toda Sudamérica, la conquista de las ocho horas de trabajo paralos gremios marítimos. Hace pocos días, el legendario dirigente de Talleres Navales, Domingo Trama, la recibió en devolución por parte del Museo de Bellas Artes de la Boca. Allí había permanecido depositada 45 años desde que la Sociedad de Resistencia de Calafateros Unidos -el 5 de agosto de 1949- la entregó para su custodia al pintor boquense don Benito Quinquela Martín, en presencia de don Juan de Dios Filiberto, el autor de "Caminito". En los próximos días, Domingo Trama -el último anarquista que estuvo al frente de una organización obrera en nuestro país- entregará la campana al Museo Histórico de la Boca.
Esa campana es un nexo entre los mártires de Chicago -ahorcados por pedir las ocho horas de trabajo en manos del capitalismo salvaje norteamericano- y las luchas de fin de siglo de los obreros argentinos por esa jornada laboral. Fueron los obreros yeseros -aquellos que hacían los cielorrasos y sus molduras- los primeros en obtener la soñada jornada, en 1895; una año más tarde la lograron los pintores y los constructores de carruajes, mientras los marmoleros y herradores se conformaba con las diez horas. En la Argentina, la "lucha sagrada por las ocho horas", como la llamaban los obreros anarquistas y socialistas, había comenzado por iniciativa del club alemán Vorwarts, que en 1890 convocó a todos los gremios obreros a celebrar ese 1º de Mayo como fiesta universal de todos los trabajadores. El mismo se celebró en el Prado Español, en la actual Avenida Quintana, entre Ayacucho y Junín (un lugar para recordar), y concurrieron representantes, entre otros, de la Sociedad Cosmopolita de Oficiales Sombrereros, Tipógrafos Alemanes, Sociedad Figli del Vesubio, Sociedad Scandinavian Norden, Círcolo Reppublicano Campanella, Sociedad de los Países Bajos, Unione e Fratellanza, Societé de Mutuo Socorso de Chivilcoy, etc. En el documento que se firmó allí figuró en el punto primero: jornada de ocho horas para todos. Los representantes del capitalismo estadounidense habían creído que ahorcando en Chicago a los cuatro obreros alemanes y un inglés, iniciadores de la lucha, se resolvía todo el problema. No sabían que con esa medida iban a provocar una rebelión incontenible en todo el mundo que haría triunfar en casi todas las latitudes la iniciativa de esos precursores. Y las frases finales que expresaron esos cinco luchadores ante sus jueces iban a ser esculpidas en todas las organizaciones obreras del mundo. El inglés Albert Parsons dijo: "El principio fundamental de la anarquía es la abolición del salario y la sustitución del actual sistema industrial y autoritario por el sistema de libre cooperación universal, único que puede resolver el conflicto en que vivimos". El alemán Adolf Spies dirá: "¿Es la anarquía a la que se juzga? Si es así, por vuestro honor que me agrada: yo me sentencio porque soy anarquista. Somos sentenciados por creer en un bienestar futuro, por no perder la fe en el último triunfo de la libertad y la justicia". Y un minuto antes de ser ahorcado: "!Salud tiempo en que nuestro silencio será más poderoso que las voces de los que hoy nos sofocan con la muerte!". Ludwig Lingg tendrá un resto de humor y apostrofará al juez: "Me acusáis de despreciar la ley y el orden. ¿ y qué significan vuestros representantes? Son los policías, y entre ellos hay muchos ladrones. Aquí está presente el capitán Schak. El me dijo que mis sombreros y mis libros habían desaparecido sustraídos por los policías. !Esos son vuestros defensores del derecho de la propiedad privada! Os desprecio; desprecio vuestro orden, vuestra fuerza, vuestra autoridad". (Lingg no les dará el gusto a los verdugos, en su celda se hará volar la cabeza con un cartucho de dinamita que le habían pasado sus compañeros). Michael Schwab señalará: "Decís que la anarquía está procesada. Será porque la anarquía es una doctrina hostil a la fuerza bruta, opuesta al sistema actual de producción y distribución de la riqueza". Por último, Adolf Fischer exclamará: "Protesto contra la pena de muerte que me imponéis, porque no he cometido crimen ninguno... pero si he de ser ahorcado por profesar ideas anarquistas, por mi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo inconveniente... lo digo bien alto: disponed de mi vida". Volvamos a Buenos Aires, a Domigo Trama, secretario general de la Federación Obreros en Construcciones Navales. En 1957, esos obreros llevan a cabo una heroica huelga de trece meses por las seis horas de trabajo. Tiene frente a él los funcionarios de la dictadura de Aramburu. Los patrones y la Marina de Guerra se oponen a los obreros. El contraalmirante Saadi Bonnet, ministro de Transportes, le gritó a Trama para apóstrofarlo: "¡Usted es un anarquista!". Trama lo tomó como una distinción. La huelga se prosiguió pero los obreros fueron derrotados por los mismos enemigos de siempre: la Marina de Guerra, la Prefectura, la Gendarmería, la Policía Federal y provincial, la SIDE y los krumiros. Hoy, las seis horas ya no es tema para nadie y hasta se "flexibizan" las ocho horas. El peronismo cierra un círculo que había comenzado el coronel Perón en el golpe de 1943 al denominar "Fiesta del Trabajo" al "Día de los Trabajadores" e imponer la marcha con letra del ultraderechista Ivanisevich: "Hoy es el Día del Trabajo/ unidos en el amor de Dios/ al pie de la bandera sacrosanta/ juremos defenderla con honor". De Chicago a la flexibilización.
Nota extraída de la Edición del Sábado 30 de Abril de 1994 del diario Página/12.