En el mundo real, democracia, mercados, y derechos humanos
están bajo un serio ataque en muchas partes del mundo, incluyendo a las más importantes
democracias industriales. Además, la más poderosa de ellas -Estados Unidos- en cabeza el
ataque. Y en el mundo real, Estados Unidos nunca ha apoyado mercados libres, desde su
historia más temprana hasta los años de Reagan, en que establecieron nuevos estándares
de proteccionismo e intervención estatal en la economía, contrario a muchas ilusiones.
El historiador de economía Paul Bairoch recalca que
"la escuela moderna de pensamiento proteccionista... nació en efecto en Estados
Unidos", que fue el "país padrino y el bastión del proteccionismo
moderno". Tampoco estuvo solo Estados Unidos. Gran Bretaña seguía un curso
semejante antes que nosotros, volcándose hacia el libre comercio sólo después de que
150 años de proteccionismo le hubiese dado tan enormes ventajas que "condiciones
competitivas iguales" parecían estar aseguradas, abandonando esta posición cuando.
la expectativa dejó de ser satisfecha. No es fácil encontrar una excepción. Los Primer
y Tercer Mundos de hoy fueron mucho más similares durante el siglo XVIII. Una de las
razones de las enormes diferencias desde entonces es que los que dominaban no aceptarían
la disciplina del mercado que impusieron a la fuerza en sus dependencias. El
"mito" más extraordinario de la ciencia económica, concluye Bairoch desde una
revisión del desarrollo histórico, consiste en que el mercado libre provee el sendero
del desarrollo: "Es difícil encontrar otro caso donde los hechos contradicen tanto
una teoría dominante", escribe, subvatorando la importancia de la intervención del
Estado para los ricos porque se limita de manera convencional a una restringida categoría
de interferencias de mercado.
Para mencionar sólo un aspecto de la intervención
estatal que, comúnmente se omite de la historia económica estrecharnente construida, hay
que recordar que la revolución industrial temprana fue fundada sobre el algodón barato,
al igual que la "edad de oro" de pos-1945 dependía del petróleo barato. El
algodón no se mantuvo barato por los mecanismos de mercado: más bien, por la
eliminación de la población nativa y la esclavitud, -una interferencia más bien seria
con el nercado, no considerado como un tópico de economía, sino de otra disciplina-. Si
las ciencias naturales tuvieran un departamento dedicado a los protones, otro a los
electrones, un tercero a la luz, etc., cada uno limitándose a su dominio designado,
habría poco temor de que se entendiera a la naturaleza.
El historial es impresionantemente consistente. Gran
Bretaña utilizaba la fuerza para impedir el desarrollo industrial en la India y Egipto,
actuando muy conscientemente para socavar una potencial competencia. Después de la
revolución estadounidense, sus antiguas colonias se desarrollaron sobre un sendero
propio, basándose en una extensiva protección y subsidios para su propia revolución
industrial, primero en textiles y maquinaria, después acero y manufactura y así hasta el
día de hoy: computadoras y electrónica en general, metalurgia, la industria
aeronáutica, la agricultura, los farmacéuticos, de hecho, virtualmente todo sector
operativo de la economía. Desde la Segunda Guerra Mundial, el sistema del Pentágono
-incluyendo a la NASA y al Departamento de Energía-ha sido usado como un mecanismo
óptimo para canalizar subsidios públicos hacia los sectores avanzados de la industria,
una de las razones por las que sigue existiendo con escasos cambios después de la
desaparición del presupuesto alegado. El actual presupuesto del Pentágono es más alto
en dólares reales que bajo Nixon y no muy por debajo de su promedio durante la Guerra
Fría y probablemente se incrementará bajo las políticas de los reaccionarios estadistas
mal llamados "conservadores". Como siempre, mucho de eso funciona como una forma
de política industrial, un subsidio del contribuyente fiscal a la ganancia y el poder
privados.
Partidarios más extremos del poder estatal y de la
intervención han expandido estos mecanismos de asistencia social para los ricos.
Básicamente por medio de los gastos militares, el gobierno de Reagan aumentó la
proporción estatal en el PIB a más del 35% hasta el año de 1983, un incremento mayor al
30%, comparado con la década anterior. La guerra de las galaxias fue vendida al público
como "defensa" y a la comunidad empresarial como un subsidio público para
tecnología avanzada. Si se hubiera permitido que las fuerzas del mercado funcionaran,
entonces no habría una industria de acero automovilístico estadounidense ahora. Los
reaganistas simplemente cerraron el mercado a la competencia japonesa. El entonces
secretario de Hacienda, ]ames Baker, proclamó orgullosamente ante un público empresarial
que Reagan "había concedido más alivio de las importaciones a la industria
estadounidense que cualquiera de sus predecesores en más de medio siglo". Era
demasiado modesto: fue, de hecho, más que todos sus predecesores juntos, aumentándose
las restricciones a las importaciones en un 23%. El economista internacional y director
del instituto para la Economía Internacional, en Washington, Fred Bergsten (quien
realmente aboga en favor del comercio libre), agrega que el gobierno de Reagan se
especializó en el tipo de "comercio gerenciado" que más "restringe el
comercio y cierra mercados", como por ejemplo los acuerdos de restricción voluntaria
de exportaciones. Ésta es la "forma más insidiosa de proteccionismo",
recalcaba, que "aumenta los precios, reduce la competencia y refuerza el
comportamiento tipo cartel". El Informe Económico 1994 para el Congreso estima que
las medidas proteccionistas de Reagan redujeron las importaciones industriales en un 20%.
Mientras que la mayoría de las sociedades industriales se
han vuelto más proteccionistas en las décadas recientes, los reaganistas muchas veces
lideraron el proceso. Los efectos sobre el Sur han sido devastadores. Las medidas
proteccionistas de los ricos han sido un factor principal en la duplicación del abismo
-ya de por sí grande- entre los países más pobres y los más ricos, desde 1960. El
Informe de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo, de 1992, estima que tales medidas han
privado al Sur de 500.000 millones de dólares al año, esto es alrededor de 12 veces la
"ayuda" total -que en su mayor parte, de hecho, es promoción de exportaciones
bajo diferentes disfraces. Este comportamiento es "virtualmente criminal",
observó recientemente el distinguido diplomático y autor irlandés, Erskine Childers..
Uno podría detenerse un momento para ver, por ejemplo el "genocidio silencioso"
condenado por la OMS: 1 1 millones de niños que mueren cada año porque los países ricos
les niegan centavos de ayuda, siendo Estados Unidos el más miserable de todos, aun si
incluimos el componente más grande de "ayuda", que va hacia uno de los países
ricos, el cliente americano Israel. Es un tributo al sistema de propaganda estadounidense
el que sus ciudadanos groseramente sobrestimen los gastos de ayuda externa, al igual que
hacen con la asistencia social, que también es miserable a la luz de los estándares
internacionales, si excluimos la asistencia social para los ricos, y no la que tienen en
la mente.
Los reaganistas reconstruyeron también la industria
estadounidense de tarjetas electrónicas (chips) mediante medidas proteccionistas y un
consorcio de gobierno e industria, para impedir que los japoneses se posesionaran de ella.
El Pentágono, bajo Reagan, apoyó también el desarrollo de computadoras avanzadas,
convirtiéndose -en palabras de la revista Science- en "una fuerza clave del
mercado" y "catapultando la computación paralela masiva del laboratorio hacia
el estado de una industria naciente", para ayudar de esta manera a la creación de
muchas "jóvenes compañías de supercomputación".
La historia sigue y sigue en prácticamente todos los
sectores de la economía que funcionan.
La crisis social y económica global es comúnmente
atribuida a fuerzas de mercado que son inexorables. Los analistas se dividen entonces en
torno a la contribución de varios factores, primordialmente la automatización y el
comercio intemacional. Hay un elemento considerable de decepción en todo esto. Grandes
subsidios estatales y la intervención del Estado siempre han sido necesarios, y todavía
lo son, para hacer aparentar como eficiente al comercio, pasando por alto los costos
ecológicos impuestos a las generaciones futuras que no "votan" en el mercado, y
otras "externalidades", consignadas en las notas al pie de página. Para
mencionar sólo una pequeña distorsión del mercado, una buena parte del presupuesto del
Pentágono ha sido dedicada para "asegurar el flujo del petróleo a precios
razonables" desde el medio Oriente, "predominantemente un territorio reservado
para Estados Unidos", como observa Phebe Marr, de la Universidad de Defensa Nacional,
en una revista académica; ésta es una contribución a la "eficiencia del
comercio" que pocas veces recibe atención.
Véase el segundo factor, la automatización. Seguramente
contribuye a las ganancias en algún momento, pero este momento fue alcanzado por décadas
de protección dentro del sector estatal -la industria militar- como David Noble ha
demostrado en una obra importante. Además ha demostrado que la forma específica de
automatización fue escogida frecuentemente por razones de poder más que de ganancia o
eficiencia; fue diseñada para desprofesionalizar a los trabajadores y subordinarlos al management,
no por principios de mercado o la naturaleza de la tecnología, sino por razones de
dominación y control.
Lo mismo es cierto en un sentido más general. Ejecutivos
han informado a la prensa empresarial que una razón principal para trasladar trabajos
industriales a países que tienen mano de obra más cara es obtener ventajas en la guerra
de clases. "Nos preocupa tener sólo un lugar donde se hace un producto",
explica un ejecutivo de la corporación Gillette, principalmente por "problemas
laborales". Si los trabajadores en Boston van a la huelga, explica, Gillette podría
suministrar tanto a los mercados europeos como a los estadounidenses desde su planta en
Berlín, rompiendo, de esta manera la huelga. Por lo mismo es simplemente razonable que
Gillette emplee tres veces más trabajadores fuera de Estados Unidos, independientemente
de los costos y no por razones de eficiencia económica. De manera similar, la
corporación Caterpillar, que ahora está tratando de destruir los últimos restos del
sindicalismo industrial, está prosiguiendo "una estrategia empresarial que ha
empujado a los trabajadores americanos desde una posición de desafío hacia una de
sumisión", informa el corresponsal para asuntos empresariales, James Tyson. La
estrategia incluye "manufacturar en instalaciones más baratas en el exterior y
contar con importaciones desde fábricas en Brasil, Japón y Europa". Esto se
facilita por las ganancias que se han vuelto extraordinarias al tiempo que se diseña la
política social para enriquecer a los acaudalados; la contratación de
"temporales" y "trabajadores de remplazo permanente" en violación de
los estándares internacionales del trabajo; y la complicidad del Estado criminal que se
niega a cumplir con las leyes laborales, una posición convertida en cuestión de
principio por los reaganistas, como Business Week documentó en una importante reseña.
El significado real del "conservadurismo de mercado
libre" es ilustrado si observamos de cerca a los entusiastas más apasionados por
querer "quitarnos el gobierno de encima" y dejar que el mercado reine sin ser
perturbado. El vocero de la Cámara baja, Newt Gingrich, es quizás el ejemplo más
impresionante. Él representa al Condado de Cobb en Georgia, que el New York Times seleccionó
para ilustrar en una nota de primera plana a la creciente ola de
"conservadurismo" y de desprecio para el "Estado-nana". El título
dice: "El conservadurismo florece entre los supermercados", en este acaudalado
suburbio de Atlanta, escrupulosamente aislado de cualquier infección urbana, de tal
manera que los habitantes pueden disfrutar de sus "valores empresariales" y
entusiasmos de mercado, defendidos en el Congreso por el guía conservador, Newt Gingrich,
en un "mundo de Norman Rockwell con computadores de fibra óptica y aviones
jet", como Gingricht describió su distrito con mucho orgullo'.
Hay, sin embargo, una pequeña nota al pie de página. El
Condado de Cobb recibe más subsidios federales que cualquier otro suburbio en el país,
con dos excepciones interesantes: Arlington, Virginia, que es, efectivamente, parte del
gobierno federal, y la zona de Florida que alberga el Centro Espacial Kennedy, otro
componente del sistema de subsidio público-ganancia privada. Si salimos del sistema
federal mismo, el Condado de Cobb toma el liderazgo en extorsionar fondos del
contribuyente fiscal, quien es también responsable del financiamiento de "aviones
jet y computadores con fi bras ópticas" del mundo de Norman Rockwell. La mayoría de
los trabajos en el Condado de Cobb, debidamente con altos salarios, se ganan nutriéndose
del pesebre público. La riqueza de la región de Atlanta, en general, puede trazarse
sustancialmente hacia la misma fuente, Mientras tanto, los elogios de los milagros de
mercado llegan a los cielos donde el "conservadurismo está floreciendo".
El "contrato con América" de Gingricht
ejemplifica claramente la ideología del "libre mercado" de doble filo:
proteccion estatal y subsidio público para los ricos, disciplina de mercado para los
pobres. Llama a "recortar los gastos sociales" y los pagos en salud para los
pobres y personas mayores, negando ayuda para niños y recortando programas de asistencia
social -para los pobres-. También convoca a incrementar la asistencia a los ricos,
siguiendo el camino clásico: medidas fiscales regresivas y subsidios directos. En la
primera categoría están incluidas mayores franquicias fiscales para empresas y
ricos, reducción de impuestos sobre ganancias de capital, etc. En la segunda
categoría se trata de subsidios de los contribuyentes fiscales para inversiones en
plantas y equipo, reglas más favorables para la depreciación, el
desrnantelamiento del aparato regulatorio que sólo protege a la población y las
generaciones futuras y fortaleciendo nuestra defensa nacional" para que
podamos "mantener (mejor) nuestra credibilidad en el mundo" de tal manera
que, cualquiera que tenga ideas extrañas, corno sacerdotes y organizadores
campesinos en América Latina, va a entender que "lo que nosotros decimos, se
hace".
La frase "defensa nacional" no es siquiera un
chiste enfermizo, que debería provocar burlas entre gente que se respeta a sí misma.
Estados Unidos no enfrenta ninguna amenaza, pero gasta casi tanto en "defensa"
como el resto del mundo combinado. Sin embargo, los gastos militares no son bromas.
Además de asegurar una particular forma de "estabilidad" en el "interés
permanente" de los que cuentan, , necesita el Pentágono para proveer a Gingrich y a
su rica clientela , para que puedan fulminar contra el Estado~nana que está llenando sus
bolsillos.
El contrato es notablemente descarado. De ahí que las
propuestas para incentivos empresariales, reducción de impuestos sobre ganancias y otras
asistencias sociales de este tipo para los ricos aparecen bajo el concepto de "Ley
para la creación de empleos y el acrecentamiento de los salarios". La sección
incluye, en efecto, una provisión de medidas "para crear empleos y aumentar los
salarios de los trabajadores" -con la palabra agregada: "sin
financiamiento"-. Pero no importa. En el -Newspeak contemporáneo, la palabra
"empleos" debe entenderse como "ganancias", de ahí que se trata, en
efecto, de una propuesta para "crear empleos", que continuará
"acrecentando" los salarios hacia abajo.
Este patrón retórico es también general. Mientras
estamos reunidos en noviembre de 1994, Clinton se prepara para ir a la cumbre económica
de Asia-Pacífico en Jakarta, donde tendrá poco que decir sobre la conquista de Timor
Oriental que llegó a su clímax casi genocida con la amplia ayuda militar estadounidense,
o sobre el hecho de que los salarios, en lndonesia son el 50% de los de China, mientras
que los trabajadores que tratan de formar sindicatos son asesinados o encarcelados. Pero,
sin lugar a dudas, hablará sobre los temas que enfatizó en la última cumbre de la APEC
en Seattle, donde presentó su "gran visión de un futuro de libre mercado",
ante mucha reverencia, asombro y aclamación. Había decidido hacer esto en un hangar de
la corporación aérea Boing, ofreciendo este triunfo de valores empresariales como el
ejemplo primordial de la gran visión de¡ mercado libre. La selección (del lugar) tiene
sentido: Boeing es el principal exportador del país, aviones civiles encabezan las
exportaciones industriales estadounidenses, y la industria del turismo -basada en el
transporte aéreo- cuenta con el 30% del surplus comercial estadounidense en
servicios.
Sólo algunos hechos fueron omitidos ante el entusiasta
coro. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Boeing prácticamente no tenía beneficios. Se
enriqueció durante la guerra, con un gran incremento en inversiones, de las que más del
90% provenían del gobierno federal, Las ganancias también florecieron cuando Boeing
incremento su valor neto en más de cinco veces, realizando su deber patriótico. Su
"fenomenal historia financiera" en los años que siguieron, se basaba tarmbién
en la largueza del contribuyente fiscal, señaló Frarik Kofsky en un estudio de las
primeras fases de posguerra del sistema del Pentágono, "permitiendo a los dueños de
las compañías aéreas cosechar ganancias fantásticas con inversiones mínimas de su
parte".
Después de la guerra, el mundo empresarial reconoció que
"la industria aérea contemporánea no puede existir satisfactoriamente en una
economía libre empresarial pura, competitiva, sin subsidios y que "el gobierno es su
único sal~ vador posible" (Fortune, Business Week). El sistema del Pentágono
fue revitalizado como el "salvador", para sostener y expandir la industria junto
con la mayor parte del resto de la economía industrial. La Guerra Fría proveyó el
pretexto. El primer secretario de la Fuerza Aérea, Stuart Symington, presentó el asunto
con claridad en enero de 1948: "La palabra a usar no era 'subsidio'; la palabra a
usar era 'seguridad". Como representante industrial en Washington, Symington
regularmente demandó suficientes fondos de adquisición en el presupuesto militar para
"satisfacer las necesidades de la industria aérea", como decía, ganando la
Boeing la mayor parte.
Y así la historia continúa. A inicios de los ochenta,
Boeing contaba con los negocios militares para "la mayor parte de sus ganancias"
y después de una baja de 1989 a 1991 , su sección de defensa y espacial tuvo una
"tremenda vuelta" como informó el Wall Street Journal. Una razón
es el auge de ventas militares externas, cuando Estados Unidos se volvía el mayor
vendedor de armamentos, cubriendo alrededor del 75% del mercado del Tercer Mundo,
basándose en una amplia intervención del gobierno y subsidios públicos para suavizar el
camino. En cuanto a las ganancias del mercado civil, una estimación adecuada de su
volumen excluiría la contribución que se deriva de la tecnología de doble uso y otras
contribuciones del sector público que son difíciles de cuantificar con precisión pero,
sin lugar a dudas, muy sustanciales.
La comprensión de que la industria no puede sobrevivir en
una "economía de'libre empresa" se extendió mucho más allá de los aviones.
La pregunta operativo después de la guerra consistía en qué forma debería tomar el
subsidio público. Líderes empresariales entendieron que gastos sociales podrían
estimular la economía, pero preferieron la alternativas militar, por razones que tienen
que ver con privilegio y poder, no con "racionalidad económica". En 1948, la
prensa empresarial consideraba los "gastos de Guerra Fría" de Truman como una
"fórmula mágica para tiempos buenos casi interminables" (Steel). Tales
subsidios públicos podrían "mantener un tono ascendente", comentó Business Week,
siempre y cuando los rusos cooperaran con una postura lo suficientemente amenazante.
En 1949, notaron con alivio que "hasta ahora las iniciativas de paz han sido barridas
a un lado" por Washington, pero siguieron preocupados porque su "ofensiva de
paz", pese a todo, pudiera interferir con "el prospecto de un continuo
crecimiento en los gastos militares". El Magazine of Wall Street vio los
gastos militares como una forma de "inyectar nueva fuerza en toda la economía"
y un par de años más tarde, consideró "obvio que tanto las economías extranjeras
como la nuestra dependen ahora principalmente del volumen de los continuos gastos para
arrmamentos en este país", referiéndose al keynesianismo militar internacional que
finalmente tuvo éxito en la reconstrucción de las sociedades capitalistas industriales
foráneas.
El sistema del Pentágono tiene numerosas ventajas sobre
formas alternativas de intervención en la economía. importe al público una gran carga
de los costos mientras asegura un mercado garantizado para la producción en exceso. No
menos significante es que no tiene los efectos colaterales indeseables que tiene el gasto
social dirigido hacia las necesidades humanas. Aparte de sus efectos redistributivos no
bienvenidos, tales gastos tienden a interferir con las prerrogativas de los managers; una
producción útil puede socavar la ganancia privada, mientras que la producción de
derroche (armas, extravagancias tales como el hombre en la luna, etc.) subsidiada por el
Estado es un regalo para el dueño y el manager quien se entregará en
seguida cualquier producto derivado que sea interesante para el mercado. Los gastos
sociales pueden levantar también el interés y la participación publicos, aumentando de
esta forma la amenaza de la democracia. Por estas razones, Business Week explicaba
en 1949 que, "existe una diferencia social y económica tremenda entre gastos de
inversiones gubernamentales para la asistencia social v para lo militar", siendo lo
último mucho más preferible. Y así continúa, notablemente en el Condado de Cobb y
otros baluartes semejantes de la doctrina libertaria y de los valores empresariales.
Mercados libres son buenos para el Tercer Mundo y su
creciente contraparte aquí. Madres con niños dependientes pueden ser aleccionadas
severamente sobre la necesidad de tener confianza en sí mismas, pero no los ejecutivos e
inversionistas dependientes, por favor. Para ellos, el Estado benefactor tiene que
florecer. "Amor duro" es justo la consigna adecuada para la política estatal,
siempre y cuando le demos el significado correcto: amor para los ricos, dureza para todos
los demás.
Sobra decir que concentrándose en los países ricos como
el nuestro, esto es altamente engañoso. El "neoiiberalismo" de doble filo
tiene, por mucho, sus efectos más letales en los tradicionales dominios coloniales, que
-aparte del área basada en Japón-, son en gran medida un desastre, mejorando solamente
por medidas económicas asentadas ideológicamente, que ignoran los efectos sobre las
personas. Con apologías desesperanzadamente inadecuadas para las víctimas, dejaré a un
lado esta terrible historia de grandes crímenes contra la humanidad, por los cuales
seguimos teniendo responsabilidad.