Por
Noam Chomsky
Kansas State University Manhattan, Kansas
20 de septiembre,
1999
El tema que nos ocupa esta noche - "La Soberanía y
El Orden Mundial" - se acuñó hace poco más de un año, algo más quizá, si bien
la elección del apelativo no pudo ser más profética. - "La soberanía" y
"el orden mundial" han sido los lemas del año 1999 de modo bien ilustrativo.
La inquietud por la soberanía ha pasado por dos fases. La
primera, se producía durante el primer semestre del año, cuando la agresión aérea de
EEUU-OTAN sobre Yugoslavia fuera el centro de atención, y la segunda, se ha producido
estas últimas semanas - con relación al recrudecimiento de las atrocidades en Timor
Oriental.
Durante la primera fase se dio una " desmesurada
profusión" en cuanto a la nueva era de la historia de la humanidad en la que nos
adentramos, en la que los "estados iluminados", recurrirán al uso de la fuerza
- cuando lo consideren oportuno, sin reparar en arcaicos conceptos como la soberanía o la
legislación internacional. Adiós a las antiguas restricciones. Los "estados
iluminados" actuarán conforme a sus principios tradicionales en su misión de
"custodia de los derechos humanos", proclamaba la Secretaria de Estado
estadounidense, Albright, según lo reflejaba fervientemente el New York Times.
La misión es concreta, según Albright y compañía, al
menos, por lo que respecta a determinados lugares del mundo, y, más concretamente, a los
estados "corruptos". La Cuba actual. Nicaragua, en el período previo a su
reingreso en el mundo libre. O, Irak a partir de 1990 cuando, al desobedecer las órdenes
de EEUU, Saddam Hussein condujera a Irak a la categoría de "estado corrupto".
Pero no anteriormente a 1990, naturalmente, cuando como estado amigo y aliado era receptor
de una ayuda masiva, al tiempo que se dedicaba a gasear a los Kurdos y a torturar a la
disidencia, periodo en el que, de hecho, llegaría a perpetrar las mayores atrocidades de
toda su funesta trayectoria. Semejante conducta le sería recompensada con una creciente
ayuda militar, entre otras, por los estados iluminados.
Bien, esto ocurría en el primer semestre del año. Los
persistentes pronunciamientos de los más preeminentes moralistas, figuras políticas y
demás eminencias, abrumaron a la opinión pública respecto a la prodigiosa nueva era en
la que nos adentrábamos, de la mano de los estados iluminados, libres ya de obsoletos
conceptos como la soberanía o la legislación internacional.
La segunda fase se ha venido produciendo estas últimas
semanas. La sintonía dio un giro drástico, conforme se fue centrando la atención en
Timor Oriental, por el recrudecimiento del imperio de terror, violencia y barbarie
generalizada que ha venido produciéndose a lo largo del último cuarto de siglo. Es, de
hecho, la peor masacre en lo que respecta a la población desde el Holocausto.
Ahora, resulta que la soberanía de Indonesia se merece
una atenta y desmesurada consideración en este caso, aún cuando su soberanía no existe.
Porque, naturalmente, Indonesia no tiene ningún derecho a la soberanía sobre Timor
Oriental, si obviamos el derecho implícito en el apoyo prestado por las grandes potencias
a la agresión; es decir, los estados iluminados en general, y el del adalid de los
estados iluminados, EEUU en particular.
De modo que, aquí, hemos de mostrar una gran
consideración por la soberanía aún y cuando resulta que los derechos humanos no se
tienen en cuenta. Hemos de aplazar la más amplia misión que establecimos en la fase
previa. Tenemos que solicitar la invitación de los invasores antes de tomar cualquier
otra medida -- como la suspensión de la ayuda militar porque, de no ser así, esto
constituiría una injerencia en la soberanía de un estado, y, naturalmente, nada más
lejos de nuestra intención.
De modo que, de la noche a la mañana, el panorama es
justamente el opuesto. Del más absoluto desprecio por la soberanía, caso de Serbia --
por cierto, último reducto de la vieja Europa que se resiste a los planes estadounidenses
para la región -- pasamos a considerar un estado cliente a uno de los mayores
exterminadores de masas de la era moderna, y, en este caso, la preocupación por su
soberanía se ensalza tanto que tenemos que observarla escrupulosamente, aun y cuando
brilla por su ausencia.
Bien, la transición resulta interesante y, sin duda,
plantea ciertas interrogantes: ¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿Cuál es la diferencia?
Una de las diferencias que se me ocurre es la que acabo de
sugerir. En un caso, el estado cuya soberanía no es digna de consideración, es un estado
enemigo. En el otro, se trata de un estado-cliente. Esto invita a la especulación,
pospongámoslo de momento, para tratar algunas otras cuestiones.
La primera cuestión - como ya he señalado, es que el
primer semestre del año fue un periodo de desmesurada profusión en cuanto a la
maravillosa "nueva era" -- ahora bien, ¿cuál fue la postura fuera de la esfera
de los estados iluminados? Y a propósito, ¿cuáles son los estados iluminados y cómo se
adquiere tal rango? ¿Cuáles son los criterios de admisión al club?
Bien, los criterios de admisión al club resultan bien
sencillos. Ocurre por definición. Un estado adquiere la categoría de iluminado, no en
virtud de su trayectoria, la cual, de hecho, resulta irrelevante, y, si a alguien se lo
ocurriera consultar un expediente, probablemente se hallaría con que a penas presenta
ninguno de los requisitos apropiados. Es así por simple definición. EEUU es un estado
iluminado, por definición. Su gallo de pelea, Gran Bretaña, es iluminado, -- siempre y
cuando acate las órdenes, y todo estado que se una a la cruzada, adquiere la categoría
de estado iluminado. El resto son estados corruptos. De modo que, la distinción resulta
bien simple.
¿Cuál es la actitud de los estados que se hallan fuera
del ámbito de los estados iluminados frente a la flamante nueva era? Pues bien, fuera de
la órbita de los autoproclamados estados iluminados, se produjo una gran conmoción y
consternación social, ante tamaña afrenta a la soberanía y a la legislación
internacional.
De modo que, digamos que en India, Tailandia o América
Latina, por ejemplo, la reacción fue bastante homogénea: pavor. En cuanto a la postura
de la mayor parte del mundo, ésta se vería fielmente reflejada en las palabras del
Arzobispo de San Paulo, quien, tras la Guerra del Golfo, formularía la siguiente
pregunta: "¿Contra quién y con qué pretexto dirigirán sus ataques la próxima
vez? Se dio una gran polémica en casi todo el mundo en cuanto a la necesidad de
establecer elementos de disuasión. Armas nucleares o algún otro tipo de mecanismo de
disuasión que sirva de escudo social ante las políticas de los estados iluminados, que
hoy campan a sus anchas, libres de impedimento alguno que los detenga.
De hecho, desde una perspectiva mundial, cabe que la
definición más acertada sea que -- cuanto más poderoso es un estado para emplear la
violencia a su libre albedrío, mayor es el desprecio que muestra por la soberanía; mejor
dicho, por la soberanía de los demás. La capacidad de agresión de Estados Unidos ha
sido y es infinitamente superior a la de cualquiera de sus contendientes, aunque, esto,
apenas ha dado que hablar. Y dicha capacidad va mermando según se desciende en la escala
de poder hasta llegar a las tradicionales víctimas.
De hecho, la fractura sería lo más aproximado a la
actualmente denominada división "Norte-Sur". Eufemismo que sirve para
distinguir a los viejos imperios de sus antiguas colonias. En las antiguas colonias, reina
la conmoción, el recelo y la desazón. En los estados imperiales, máxime en los más
poderosos, la efusión en cuanto a la necesidad de eliminar toda barrera al uso de la
violencia, y, en particular, arcaicos conceptos como la legislación internacional o la
soberanía.
Esta es una conclusión un tanto generalizada y, creo, que
cabe que se pueda hallar una aún más precisa si se echa un vistazo al comentario
político mundial, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Y esto, una vez más,
sugiere ciertas hipótesis sobre lo que está sucediendo.
Precisa, no obstante, de mayores calificaciones, puesto
que la actitud del líder de los estados iluminados, es decir, la del
"autoproclamado" líder de los estados iluminados, EEUU, para con la soberanía
añade un nuevo matiz a lo que acabo de sugerir. Es cierto que, en lo tocante a la
soberanía de los demás, ésta puede ser relegada con desdén. O, lo que es lo mismo,
somos libres de emplear la fuerza cuando lo estimemos oportuno, porque nos autodefinimos
como iluminados.
Por otra parte, está la soberanía propia -- y la de
nuestros estados tutelados -- la que hemos de salvaguardar como un preciado tesoro. En lo
que respecta a nuestra propia soberanía la cuestión está perfectamente zanjada. Es
más, resulta inútil obviar el hecho de que, recientemente, EEUU frustrara la creación
de un tribunal penal internacional cuya misión habría de ser la de actuar contra los
crímenes de guerra y contra la humanidad. El motivo es simple y manifiesto; aceptar la
existencia de dicho tribunal, supondría la renuncia de nuestra propia soberanía. Y, por
supuesto, no podemos hacer algo así porque nuestra soberanía es sagrada.
El episodio fue lo suficientemente sarcástico como para
suscitar cierta polémica, si bien lo que se nos pasó por alto es que tal comportamiento
es homogéneo. EEUU cuenta con uno de los peores historiales en el mundo en materia de
incumplimiento de tratados internacionales sobre los derechos humanos -- convenios de
adhesión al cumplimiento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. A modo de
ilustración, en el caso de la Carta de los Derechos del Niño, ésta cuenta con la
adhesión de todos los países del mundo excepto dos: EEUU y Somalia. Somalia no la
ratificó por carecer de gobierno.
Y el hecho es generalizado. Encierra de hecho mayor
gravedad, si cabe dado que, en su sentido más estricto, EEUU no ha ratificado ni uno
sólo de los tratados que ha rubricado. La razón es que todos y cada uno de los tratados
aprobados, y no es que sean demasiados, contienen una cláusula adicional que establece:
"no aplicable en los Estados Unidos." Por tanto, aunque de hecho se aprueben
algunos tratados, ninguno de ellos tiene vigencia dentro de sus fronteras.
Se produjo un caso interesante a principios de año, en
medio de la gran euforia sobre la nueva iluminación. Naturalmente, no se llegó a
divulgar en titulares pero, si lo analizamos con detenimiento, hallamos que el Tribunal
Internacional llegó a interponer una demanda contra los EEUU y demás fuerzas de la OTAN
por crímenes de guerra. El Tribunal se vio obligado a desestimar los cargos por
cuestiones técnicas. La cuestión técnica fue que EEUU presentó un sólido argumento
legal para mostrar que el caso no podía ser llevado a juicio. El Tribunal Internacional
formalmente aceptó el argumento. ¿Cuál era el argumento?
Veamos, el litigio se inició en virtud de la Convención
del Genocidio. El ordenamiento del Tribunal Mundial dispone que ambas partes en litigio
habrán de aceptar la jurisdicción del tribunal, puesto que de no cumplirse el requisito,
el Tribunal no será competente para juzgar. Bien, pues EEUU rehusó aceptar su
competencia. Porque, si bien los EEUU ratificaron el Convenio del Genocidio -- tras una
demora de unos cuarenta años -- lo firmó adjuntando la citada cláusula de exención:
"no aplicable a los EEUU sin su aprobación," la cual, naturalmente, no estaba
dispuesto a dar.
Por consiguiente, EEUU no puede ser conducido ante el
Tribunal por estos delitos, por muy consistentes que puedan ser los cargos. Y, ante la
correcta base del argumento, el Tribunal se vio obligado a desestimar el caso. Como suelo
decir, esto es típico. La soberanía ha de ser venerada cuan preciada joya cuando se
trate de la propia. Es la soberanía de los diversos enemigos la que no representa nada.
Y, esto va mucho llega mucho más allá. EEUU está
destruyendo, prácticamente, a la Naciones Unidas por su negativa a abonar lo que
legalmente le adeuda. Estas deudas están prescritas por acuerdo, pero EEUU se niega a
pagarlas, porque supondría un sacrificio para su soberanía. ¿Por qué habríamos de
tolerar el funcionamiento de ciertas organizaciones que se escapan a nuestro control en
detrimento de nuestra propia libertad de acción? En definitiva, que EEUU no paga sus
deudas.
De hecho, para la década de los 90, el grado de
incumplimiento de los tratados internacionales por parte de EEUU es tan flagrante, que la
comunidad de profesionales del derecho internacional, la Sociedad Americana del Derecho
Internacional (American Society of International Law) en una reciente publicación editaba
un artículo titulado "Obsérvense los Tratados Con Seriedad", denunciando el
cada vez más vergonzoso rechazo de EEUU a cumplir con las obligaciones asumidas en los
tratados.
El principio es siempre el mismo - constituyen una
injerencia en la soberanía de EEUU, la cual ha de preservarse. Otro tanto ocurre en lo
concerniente a la Organización Mundial del Comercio -- caso particularmente interesante,
ya que se trata de una creación de los Estados Unidos. No obstante, ésta institución
tiene sus normas, y Estados Unidos las infringe flagrantemente cada vez que le conviene.
Así que, por ejemplo, la Unión Europea, recientemente,
presentó cargos ante la Organización Mundial del Comercio por la contumaz transgresión
de sus normas por parte de EEUU, con su letal embargo a Cuba, ya que infringe las normas
de la Organización Mundial del Comercio, ya que impone restricciones adicionales
extraterritoriales a otros países. Lo cual, en efecto, contraviene gravemente la
legislación humanitaria internacional, en sus disposiciones sobre el embargo de alimentos
y fatalmente el de medicinas.
Pues bien, la respuesta de EEUU ante éste hecho fue la de
establecer una exención por motivos de seguridad nacional. La supervivencia de EEUU
parece depender del hecho de asegurarse de que los niños cubanos mueran en los hospitales
de inanición o por falta de medicinas. De modo que, consiguientemente, no podemos acatar
la autoridad de la OMC, organismo de nuestra propia creación, en lo referente al embargo
de Cuba.
La idea de que esto pueda constituir un asunto de
seguridad nacional resulta demasiado disparatada como posible tema de discusión, si bien,
ilustra nuestra ferviente dedicación a la propia soberanía -- nuestro derecho a actuar
como nos plazca --, justo en mitad de un periodo en el que ensalzamos una nueva era, en la
que la soberanía se revela obsoleta, ya que serán los estados iluminados quienes
guiarán al mundo en su misión de salvaguardia de los derechos humanos.
Durante décadas, la agresión contra Cuba se ha venido
justificando bajo el pretexto de la Guerra Fría. Cuba es uno de los tentáculos del vil
imperio que amaga con estrangularnos. Esto ha sido siempre una soberana sandez. La
decisión oficial de derrocar al gobierno de Cuba se tomó en secreto en marzo de 1960,
cuando apenas existía relación significativa alguna entre Cuba y la Unión soviética.
Tras el fin de la Guerra Fría, la agresión contra Cuba se intensificó. Estos datos, por
sí mismos, desbaratan por completo el argumento de la Guerra Fría, pero, resulta más
interesante analizar los argumentos reales, en documentos hoy ya desclasificados.
Cuando la administración Kenedy accedió a la Casa
Blanca, una de sus primeras medidas fue la intensificación de los ataques contra Cuba. El
presidente Kenedy contaba con una comisión para América Latina cuya misión consistía
en inspeccionar la situación en el hemisferio. Su informe le llegaría al Presidente de
manos de Arthur Schlessinger, y como cabia esperar, trataba el tema de Cuba y la gran
amenaza que ésta representaba para EEUU. La amenaza era, cito textualmente a
Schlessinger, "la propagación de la idea de Castro de ocuparse de sus propios
asuntos " - grave problema en una región como América Latina, en la que la riqueza
se halla altamente concentrada - cito de nuevo: "donde pobres y parias, alentados por
el ejemplo de la revolución cubana, están exigiendo oportunidades para lograr una vida
digna". Bien, he aquí una de las amenazas. Por tanto, hemos de defendernos de ella,
sea practicando el terror, imponiendo embargos o efectuando invasiones y demás, para
atajarla.
A propósito, Schlessinger añadía como un elemento más
de riesgo en el contexto de la Guerra Fría: "Rusia merodea a la sombra, ofreciendo
prestamos para el desarrollo y mostrándose como paradigma de industrialización en una
sola generación." De modo que éste fue uno de los verdaderos móviles de la Guerra
Fría.
Por cierto, puestos a indagar el tema, puede que hallemos
la clave de lo que ha constituido la Guerra Fría desde 1917. Semejantes modelos e
intentos de independencia son intolerables, porque socavan el sistema mundial organizado
sobre bases bien distintas. Este ha de servir a los intereses de los privilegiados, los
acaudalados, los poderosos y todas aquellas soberanías dignas de protección y respeto,
mientras el resto del mundo es presa del ostracismo, la ignorancia y el menosprecio.
He de añadir, no obstante, que el desprecio por la
soberanía no es una característica exclusiva de la primera parte del año. Simplemente
alcanzaría su mayor cota de exuberancia llegado el momento de justificar el bombardeo de
un país europeo. El desprecio por la soberanía es, de hecho, tan primitiva como la misma
historia de América.
Ergo, la soberanía de los demás no es digna de
consideración si se halla en nuestro camino -- si se trata de lo que nosotros denominamos
"estados corruptos"; es decir, si se niegan a cumplir nuestras órdenes. Ahora
bien, nuestra soberanía o la de nuestros estados aliados y demás miembros del club
merecen protección. Nada de esto es nuevo, pero es que, tampoco parece importar
demasiado. Porque, recordemos, se considera irrelevante; simples hechos.
Este desprecio por los demás y por la legislación
internacional, junto con la incidencia en el respeto a la soberanía de los estados
aliados, y, como no, en la propia -- a menudo defendida públicamente en términos
descaradamente crudos, es a lo único a lo que nos debemos; esto resulta vital.
Así que, por ejemplo, Dean Acheson, respetado hombre de
estado y uno de los artífices de la Guerra Fría y antiguo consejero de la
administración Kenedy, quien en 1962 -- año en el que estableciera el flagrantemente
ilegal embargo sobre Cuba, daría una conferencia en su defensa ante la Sociedad Americana
de Jurisdicción Internacional. En su alegato, mantenía que la naturaleza de la respuesta
estadounidense ante el desafío a su "poder, posición y prestigio" no era una
"cuestión legal". Por consiguiente, la legalidad internacional se ha de relegar
cuando la posición, el prestigio y el poder de los EEUU se hallen en juego. Porque
estamos por encima de todo eso.
Proclamaba que la legislación internacional tiene sus
"utilidades". Estas son "consolidar nuestras posiciones" con sutil
locuacidad, siempre que se presentara la oportunidad. Fuera de ese contexto y dado el caso
en que nuestro prestigio, poder o influencia se viera comprometida, la legislación
internacional será absolutamente irrelevante.
Por supuesto, la postura no es invención de los EEUU.
Cualquier país del mundo, incluido Andorra, adoptaría la misma postura si pudiera
salirse con la suya y EEUU, ciertamente puede. Ese es lo que distingue al matón del
grupo, el poder salirse con la suya con total impunidad. También puede hacer un
autocomplaciente alarde, al ser un estado iluminado, pudiendo llevar a cabo todo tipo de
maravillosas misiones.
Un ejemplo aún más trágico -- que sin duda sentaría
academia en toda sociedad amante de la libertad -- fue la reacción de EEUU -- la de su
opinión pública -- cuando Nicaragua interpuso una demanda ante el Tribunal Mundial
contra EEUU, en 1995. Los Estados Unidos rehusaron aceptar la jurisdicción del Tribunal.
El Tribunal Mundial condenó a EEUU por el tal llamado
"ilegítimo uso de la fuerza", es decir, por crímenes de guerra, contra
Nicaragua. Conminaba a EEUU a cejar en su empeño y al pago de sustanciosas sumas en
concepto de reparaciones. Por supuesto, EEUU obvió la resolución con su acostumbrada
prepotencia. Se intensificaron las agresiones, y en cuanto a las reparaciones, mejor ni
nos tomamos la molestia de hablar.
Lo que sí resulta interesante a este respecto son las
razones. El consejero legal del Departamento de Estado hacía públicas las razones
oficiales por las que el gobierno de EEUU rehusaba aceptar la jurisdicción del Tribunal
Internacional. La razón rezaba concretamente: "cabe esperar que los miembros de las
Naciones Unidas no compartan nuestra perspectiva dada su propensión a oponerse a los
intereses de EEUU en asuntos internacionales de calado . O sea, nos arrogamos el derecho
de decretar la pertinencia de ciertas obligaciones legales y podemos no acatar sentencias
judiciales firmes en cualquier litigio que implique cualquier asunto relativo a la
jurisdicción interna de EEUU, dependiendo de lo que su gobierno tenga a bien
determinar".
En éste caso, el tema relativo a la jurisdicción interna
que el Tribunal Internacional había de dirimir resultó ser, el uso ilegítimo de la
fuerza por parte de Washington en su agresión contra Nicaragua. Bien, como suelo decir,
esto debiera enseñarse en la escuela y todo el mundo debiera tomar buena nota de ello. Y,
cualquier sociedad que preciara su libertad, lo tendría bien presente.
Como tendría presentes también las declaraciones del
[antiguo] Secretario de Estado estadounidense, George Shultz, apodado el "don
Limpio" de la administración Reagan, cuando explicaba lo siguiente: "las
negociaciones son un eufemismo de la capitulación, a no ser que se consiga proyectar la
sombra del poder sobre la mesa de negociaciones". Condenaba también a los que
abogaban por "utópicos medios legales tales como la mediación de terceros, las
Naciones Unidas o el Tribunal Internacional, ajenos al elemento de poder implícito en la
ecuación."
No es que este tipo de comentarios carezca de precedentes
en la historia moderna; repasemos algunos. Los comentarios suscitados por el bombardeo
Estadounidense sobre las ciudades libias de Trípoli y Benghzi, con la consiguiente muerte
de civiles, fueron en la misma tonalidad. A propósito, recordemos que este fue el primer
bombardeo de la historia premeditado, ejecutado y retransmitido por televisión en horas
de máxima audiencia. Fue minuciosamente planeado para que comenzara a las 7 de la tarde,
horario local en Oriente, cuando las tres principales cadenas de televisión emiten sus
noticiarios más completos. Y, donde, qué casualidad, se hallaban sus equipos
informativos en pleno - donde, cómo no, cuentan con bases permanentes - para filmar los
acontecimientos en toda su emoción tal cual fueran produciéndose, facilitando así a la
administración el control de la retransmisión de noticias, para poder darles un repaso
de primera mano. Se supone que no hemos de reparar en estas cosas. De algún modo, ocurren
y ya está.
Pues bien, todo esto, repito, son cosas que merece la pena
conocer y mostrar, porque dicen mucho de la actitud de los Estados Unidos de Norteamérica
para con la soberanía - su soberanía. La
soberanía de los demás ha venido recibiendo el mismo trato de absoluto desprecio desde
1770.
Por ejemplo, por recordar un episodio que resulta casi
trivial -- en comparación con las demás prácticas que figuran en su historial: hace
exactamente un año desde que EEUU - la administración Clinton - resolviera destruir la
mitad de las reservas de medicinas de un paupérrimo país africano, provocando la muerte
de, a saber, si miles o cientos de miles de personas. Se ha reconocido que esta fue una
operación de violencia fortuita, pero no pasa nada. Porque, qué más nos da su
soberanía. Es nuestra soberanía la que cuenta. Bien, pues esto ocurría en el periodo de
iluminación -- primera fase.
Bien, pasemos ahora a la segunda fase. En ella nos
encontramos con que no son los EEUU los únicos que han de gozar de tan augusta posición
sino que la soberanía de sus estados aliados también ha de ser reverenciada. La de
Indonesia, por ejemplo.
Indonesia cuenta con uno de los más brutales y
aterradores historiales de la era moderna, y, aún así, según ha ido recrudeciendo sus
atrocidades en Timor del Este a lo largo de este año, su soberanía ha sido
escrupulosamente respetada - cuando en realidad ni siquiera existe. Recordemos que la
soberanía que proclama sobre el Este de Timor es similar a la que reclama Saddam Hussein
sobre Kuwait, o la de la Alemania Nazi sobre Francia. Ese es el grado de soberanía
implicado, es decir, ninguno. Y, sin embargo, se ha de respetar -- reverenciar de hecho.
La postura oficial de EEUU ha sido la de considerar como
asunto interno de Indonesia - la responsabilidad de mantener el orden en Timor Oriental,
país que ha conquistado aniquilando a casi un tercio de su población. "Es de su
total incumbencia y no hemos de inmiscuirnos en ella."
Después recalaré en los detalles de este episodio, pero,
ésa ha sido la postura habitual de EEUU a lo largo de estas últimas semanas, en las que
la terrible escalada de las atrocidades ha llegado un punto tan imposible de ignorar, que
la administración Clinton se ha visto presionada por la opinión publica en general, y
por Australia en particular, a tomar alguna que otra tibia medida. Clinton, se vio
finalmente obligado a hacer algún tipo de advertencia a los generales del ejército de
Indonesia, en cuanto a la incorrección de lo que estaban llevando a cabo, medida que se
revelaría suficiente para revertir totalmente el curso de los acontecimientos -- he ahí
el grado de poder latente del que se disponía a lo largo de todo el episodio.
A propósito, esto es algo que está teniendo lugar en
este preciso momento. Mientras hablamos, en Timor Oriental hay cientos de miles de
personas a las que se ha obligado a huir a las montañas donde serán pasto de la
inanición. Existe un país que podría hacerles llegar fácilmente los alimentos por
aire. Y todos sabemos cual es. Dispone de los medios y la capacidad tecnológica adecuados
para hacer llegar los alimentos a los cientos de miles de seres humanos que han sido
condenados a la inanición por fuerzas armadas, adiestradas y apoyadas por él mismo -
Estados Unidos.
No vemos que eso esté ocurriendo. De hecho, ni siquiera
se oye hablar de ello, porque está fuera de lugar. Recordemos que nuestra misión es la
defensa de los derechos humanos -- pero no cuando se trata de los derechos humanos que, de
modo tan horripilante, mancilla un país aliado, al que venimos respaldando en sus
matanzas y demás atrocidades a lo largo de los últimos 25 años; ya sea aquí como en el
resto del planeta.
De modo que, el tema de la distribución de alimentos por
parte de la las fuerzas aéreas no se toca. La Fuerzas Aéreas son perfectamente capaces
de arrasar objetivos civiles en un país cuya soberanía no cuenta. Ahí podemos lanzar
bombas teledirigidas hacia objetivos civiles y demás, y seguir tan campantes. En cambio,
no somos capaces de lanzar alimentos desde el aire a esos miles de seres humanos que
están muriendo de inanición. Esto no es historia antigua, tal que la semana pasada, no:
esto está ocurriendo hoy.
Bien, la soberanía la concede o la deniega EEUU. Esta es
una de las tantas prerrogativas que comporta el poder, y los pelotilleros en los
tribunales han de explicarnos la nobleza y la grandeza implícita en ello.
¿Que cuál es la actitud de EEUU y el resto de los
auto-proclamados países iluminados para con los derechos humanos? Idéntica respuesta:
"poder igual a derecho" Los ejemplos son innumerables, pero me limitaré al año
1999. Me remitiré a Timor Oriental para dar un breve repaso a algunos de los tipos de
inventiva y mordacidad en los que, se supone, no hemos de reparar, a tenor de los
custodios del purismo doctrinal.
En diciembre de 1975, Indonesia, país favorecido y aliado
de EEUU, invade el territorio de Timor Oriental, país sobre el cual no le asiste derecho
alguno. La invasión se perpetró con el arsenal proporcionado por EEUU, que en virtud de
sus tratados establece podrá ser utilizado tan sólo con fines exclusivamente defensivos.
Los EEUU expresaban en privado su convicción de que la invasión se llevara a cabo con
diligencia y sin atraer demasiada atención hacia el hecho de que las armas proporcionadas
se estuvieran utilizando ilegalmente.
EEUU, ante la presión de las fuertes protestas
suscitadas, decretó el embargo de las armas, para a renglón seguido infringirlo con el
envío velado de nuevas remesas, que incluirían el tan vital equipamiento para la
contrainsurgencia. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas tomó cartas en el
asunto, condenando al unísono la invasión y exigiendo la inmediata retirada de
Indonesia. Sin embargo, esto no tuvo efectividad alguna, por razones que más tarde daría
a conocer el entonces embajador estadounidense en la zona - una vez más, en términos que
retumbarían en la memoria de todo aquel que precie su libertad o sienta un mínimo
interés por las relaciones internacionales, la legislación internacional y los derechos
humanos. Daniel Patrick Moynihan, senador liberal del estado de Nueva York y embajador de
las Naciones Unidas, escribía sus memorias en 1978. En ellas, revelaba las razones por
las que el Consejo de Seguridad fue ineficaz: " EEUU deseaba que los acontecimientos
se desarrollaran tal cual se produjeron y se encargó de que así fuera. El Departamento
de Estado se propuso frustrar la efectividad de cualquier medida proveniente de las
Naciones Unidas. Tal fue la misión que se me encomendó y la he llevado a cabo con un
alto grado de eficacia."
Esto se llama claridad y llaneza. Ciertamente era
consciente de la naturaleza de su triunfo. Asimismo, relataba el hecho de que, pocos meses
más tarde, al menos 60.000 personas habían fallecido -- porcentaje similar al de los
muertos provocados por Hitler en la Europa del este durante la II Guerra Mundial. Este es
su propio comentario, no mío. Después, continúaba, el episodio desapareció de la
prensa, luego toda la operación fue un éxito.
Y en efecto, así fue; desapareció de la prensa y
constituyó todo un éxito, pero la lucha no tocó a su fin. Simplemente se dejó de
informar sobre el tema. A partir de ahí la administración Carter -- la administración
de los Derechos Humanos -- tomaría el relevo para incrementar el flujo de armamento a
Indonesia, quien inmediatamente procedería a la escalada de sus ataques, rayanos en el
genocidio. Las gentes se verían obligadas a huir a las montañas ante el flamante arsenal
de que disponían las fuerzas armadas indonesias - aviones a reacción, napalm y demás
armamento, proporcionado por la "administración de los derechos humanos" para
llevar a cabo un ataque masivo sobre la población para recuperar el control -- o como lo
pusiera el Departamento de Estado de Carter, la mayor parte de la población se ha
desplazado a "zonas en las que pueda refugiarse del Gobierno Indonesio."
Este fue el punto en el que la iglesia y demás agentes
sociales de Timor Oriental hacían un intento de proyectar al mundo lo que allí estaba
ocurriendo. Momento en el que la iglesia presentaba una relación verosímil de 200.000
muertos, cifra que, aunque en el momento se negara, hoy está totalmente reconocida. Y
éste es el curso de la historia hasta el presente. Se dio un momento de esperanza a
comienzos del año. En enero, el presidente interino de Indonesia propuso un referéndum
de autodeterminación para elegir entre la independencia y la autonomía. Las FFAA
indonesias reaccionaron sin dilación en su cruzada de muerte y atrocidad. Enviaron nuevas
unidades de sus fuerzas especiales de elite -- las unidades kopassus, instruidas y armadas
por EEUU, para cometer atrocidades en Timor Oriental y en el resto del mundo. En Timor
Oriental, organizarían las tal llamadas "milicias" -- fuerzas paramilitares,
formadas mayormente por indonesios, según el Premio Nobel Ramos Horta, cuya misión no
era otra que la de practicar de inmediato el terror a gran escala.
Apenas sí se informó en la prensa sobre estos hechos,
pero tuvieron lugar, y era de todos conocido lo que presagiaban conforme se fueron
gestando. El gobierno de EEUU contemporizó; no estaba dispuesto a mover un dedo y simple
y llanamente se negó a reaccionar. De hecho, he de añadir, que el envío de armas y las
operaciones de adiestramiento fueron continuos a lo largo de todo el proceso.
Efectivamente, en el periodo 1997-98, las licencias de venta de armas comerciales a
Indonesia se vio multiplicado por cinco. Las sesiones de adiestramiento - según acaba de
publicar el Pentágono, hace escasamente una semana, continuaron hasta el 25 de agosto -
cinco días antes del referéndum. Estas operaciones de adiestramiento se denominaron
"adiestramiento humanitario y de emergencia en caso de desastres." Orwel no lo
pudo haber expresado mejor.
¿Qué es lo que ocurrió a continuación? Pues bien, en
abril, en medio de la escalada de terror previa al referéndum, cuando las atrocidades
alcanzaron su punto culminante, EEUU procedió al envío de un contingente militar. El
comandante en jefe de la misión de paz, el Almirante Blair, mantendría conversaciones
con el Gen. Wiranto, máximo dirigente indonesio, para, en teoría, instarle a que pusiera
fin a la carnicería.
Resulta, que lo que en realidad le comunicó fue que EEUU
mantendría su política de patrocinio y subvención. Esta información fue revelada por
Alan Nairm, prestigioso periodista independiente que ha realizado una excelente labor
tanto en la zona como en otros lugares, que, de hecho, ha estado recientemente encerrado
en una cárcel indonesia, caso que apenas ha suscitado ningún interés aquí --, siendo
finalmente liberado, mayormente, por la presión ejercida desde el Congreso.
De modo que el Almirante Blair fue a llevar tal mensaje,
justo tras un episodio de indescriptibles matanzas - la masacre de sesenta personas que
habían logrado cobijarse en una iglesia. Un brutal asesinato más, uno de tantos y
tantos.
Y bien, ¿qué ocurrió La población, en un prodigioso
alarde de heroísmo, se dirigió a las urnas. Y, pese a la gran intensidad de terror,
intimidación, asesinatos y de las decenas de miles de desplazados a las montañas, el 99%
de la población le echó coraje y optó aplastantemente por la independencia.
La reacción a eso fueron medidas que virtualmente darían
al traste con el país. En unas cuantas semanas - nos hallamos a principios de septiembre
- se desconocía el número de personas que habían sido aniquiladas - miles, cientos de
miles. Y cabe que más de la mitad de la población fuera expulsada de sus hogares -
terribles atrocidades. Finalmente, como ya he comentado, EEUU fue obligado a tomar partido
y a tramitar una objeción, punto en el cual Indonesia cejaría en su barbarie -- lo que
significa que pudo haberse evitado el desastre desde un principio.
Bien, pues para su crédito, el New York Times publicaba
un editorial sobre el acontecimiento. Concedámosle el crédito cuando éste es merecido.
El 15 de septiembre, John Roosa, historiador indonesio que actuaría de observador en las
elecciones, escribía un buen editorial en el que mostraba la realidad. Decía así:
"siendo la destrucción totalmente predecible, fácilmente pudo haberse
evitado," pero Clinton "vaciló" y "se negó a la negociación"
del envío de una fuerza de paz." Cierto. Es justamente lo que ha venido sucediendo a
lo largo del año, para mayor cólera de Australia ante la negativa de EEUU a considerar
el envío de una fuerza de paz.
Aquellos que aún conserven algo de memoria histórica
descubrirán que esto es una réplica, una lamentable réplica de lo que ya ocurriera hace
ahora veinte años. Entonces, tras una descomunal matanza de cientos de miles de personas,
el gobierno de Indonesia finalmente accedía a permitir una breve visita de algunos
miembros del cuerpo diplomático de Yakarta a Timor Oriental -- toda vez se hubieran
cerciorado de que fuera el momento apropiado para permitir la inspección. Uno de esos
miembros era el Embajador de la administración Carter - Embajador Masters, quien
presenciaría una hecatombe que el grupo que le acompañaba equipararía a Camboya.
Lo que vendría a continuación se halla reflejado en el
testimonio que diera ante las Naciones Unidas Benedict Anderson, uno de los más
prominentes historiadores del mundo e historiador americano experto en Indonesia. Declaró
que el Embajador Masters demoró "nueve interminables meses", con su negativa a
solicitar ayuda humanitaria, siquiera internamente en el Departamento de Estado, hasta que
Indonesia se dignara a darle la "carta verde" - toda vez que se sintiera
suficientemente segura para admitir la entrada a la Cruz Roja, y con ella, la ayuda
humanitaria. En otras palabras, exactamente lo mismo que ha venido ocurriendo estas
últimas dos semanas; la misma historia, una repetición de la jugada.
Bien, pues todo esto es, por desgracia, más bien típico
en lo que concierne a la actitud para con los derechos humanos así como a las razones.
Como un veterano diplomático en Yakarta, Indonesia, lo expresara, "Indonesia
importa, Timor Oriental no."
Esto se explica con mayor detalle en un artículo de
primera página de dos prominentes expertos sobre Asia del New York Times, quienes fielmente revelaban que la
administración Clinton se vio obligado a sopesar - por una parte, la influencia de EEUU
sobre un país rico en recursos -- de unos cientos de miles de personas, del que sacamos
pingues beneficios, y por la otra, un paupérrimo país de 800.000 personas. Bueno,
calculado con arreglo a sus valores, resulta obvio saber cual va a ser su reacción.
Más gráficamente aún lo expondrían ciertos altos
oficiales del ejército estadounidense al declarar, en Timor Oriental, "no tenemos
ningún galgo en la carrera." En otras palabras, lo que allí ocurra, no es de
nuestra incumbencia.
Más tarde, hace exactamente dos semanas, cambió la
tesitura. Dijeron, sí, sí que tenemos un galgo en la carrera. Uno bien destacado --
concretamente, Australia. Y está armando un gran jaleo; y los australianos sí que
cuentan. De modo que, como ahora sí tenemos un galgo en la carrera, hemos de rectificar.
¿Qué hay de la población de un país torturado y
masacrado con nuestro subsidio, a lo largo de los últimos veinticinco años? Ni siquiera
llegan a la categoría de caniche. Pues bien, he ahí como funcionan verdaderamente los
derechos humanos.
Volvamos a la primera fase del año. El pasado abril, en
mitad de la desorbitada euforia en cuanto a la magnifica nueva era y demás, se celebraba
un aniversario - el quincuagésimo aniversario de la OTAN, en Washington. Ampliamente
divulgado por la prensa. No fue un aniversario glorioso ya que se celebraba bajo la sombra
de la limpieza étnica en Kosovo - y, por tanto como ya es habitual, en medio del
pesimismo y la preocupación en cuanto a la limpieza étnica. Resulta admirable que
analistas, profesionales de la información y demás protagonistas fueran de algún
inexplicable modo capaces de eludir el hecho de que algunos de las más abominables
operaciones de limpieza étnica que se han producido en la década de los 90 hayan tenido
lugar dentro de los confines de la OTAN. No fuera de sus fronteras, sino dentro.
Concretamente, en el sudeste de su territorio.
En Turquía, país miembro de la OTAN, bajo la
jurisdicción del Consejo de Europa y el Tribunal de Justicia Europeo, estamentos
encargados de dictaminar sobre delitos de limpieza étnica y demás atrocidades - ocho de
ellos este mismo año. Y no por minucias precisamente. De mayor magnitud de la que se ha
producido en Kosovo. De dos a tres millones de refugiados, alrededor de 3.500 municipios
arrasados - siete veces superior que en el caso de Kosovo. Centenares de miles de personas
asesinadas - kurdos. De bastante mayor magnitud que la matanza de Kosovo, incluso tras la
agresión aérea, y no digamos antes.
¿Cómo ocurrió?
Bien, gracias a la administración Clinton.
Aproximadamente el 80% de las armas que emplea el gobierno turco son estadounidenses. Las
atrocidades se redoblarían en la década de los 90, cuando el gobierno turco se negara,
en 1992, a iniciar conversaciones de paz, propuesta por los rebeldes kurdos, y la
administración Clinton incrementara su flujo de armamento. De hecho, Turquía se
convertiría en el primer importador de armamento del mundo. Y se trata de armamento
altamente sofisticado -- aviones a reacción, napalm, y demás. Y, si miramos su
historial, comprobamos que lo emplearía para cometer los más abominables actos y
atrocidades.
Todo esto se producía justo dentro de la OTAN, a lo largo
de la década de los 90 - y de hecho, continúa produciéndose hoy - si bien éste tema
brilla por su ausencia en la conmemoración, e incluso fuera de ella se ha obviado
ampliamente. El repaso a la documentación en prensa será más que suficiente, aunque, no
es necesario tomarse la molestia porque lo que hay es prácticamente nada. Y es que,
aunque se trate de una terrible barbarie, de una descomunal limpieza étnica, de
terrorismo, de horripilantes formas de tortura, de indescriptibles actos contra la
humanidad, fueron, no obstante, llevados a cabo por un estado iluminado. Es decir, por el
mandamás de los estados iluminados, dentro de los confines de la OTAN; de modo que sin
comentarios. Justo en un momento en el que, se supone, nos hallábamos tan absolutamente
consternados por las víctimas de la limpieza étnica en un estado enemigo -
concretamente, Kosovo. Por último, demos un repaso a ese caso.
Ahora, retomemos el ejemplo principal, aquel en el que se
supone hemos de centrar nuestra atención - las atrocidades en Kosovo. Pulula una especie
de mantra que se repite hasta la saciedad que proclama que, al menos en Kosovo, hemos
cumplido con nuestro deber. No cabe duda, hemos hecho toda clase de fechorías por
doquier, pero aquí, hemos actuado con propiedad. Hemos procedido con arreglo a nuestros
principios y valores; de un modo absolutamente altruista - en un giro histórico. Los EEUU
han procedido de modo totalmente desinteresado para salvaguardar los derechos humanos, de
ahí nuestra extraordinaria euforia ante la nueva era.
Bien, no es que sea cuestión de pura lógica. Es
cuestión de hechos, o sea, que los hechos deben tener su relevancia. Pues, analicemos los
hechos. Existe una versión generalizada, de la que se hacía eco la semana pasada el más
que prominente experto en relaciones internacionales del New York Times, Thomas Friedman,
que asegura que la intervención militar de EEUU en Yugoslavia ha provocado un cambio
crucial -- ha detenido la limpieza étnica, y por tanto, fue legítima.
Sólo que tal pronunciamiento, reiterado hasta la
saciedad, plantea un problema: los hechos demuestran irrefutablemente justo lo contrario.
La masiva limpieza étnica ha sido consecuencia del bombardeo, que no su causa. Hay total
unanimidad en cuanto a esto. Basta con revisar la relación de refugiados que han cruzando
la frontera. Kosovo, evidentemente, distaba mucho de ser un lugar apacible hace un año,
si bien desafortunadamente, la situación era comparable a la de otros lugares del mundo
-- pero la masiva limpieza étnica comenzó tras el inicio del bombardeo.
El bombardeo comenzó el 24 de marzo. Por aquel entonces, el Alto
Comisionado para los Refugiados, organismo que se ocupa de los asuntos de los refugiados,
no contaba en sus registros con ningún refugiado. Los primeros comenzarían a registrarse
tres días después. El 1 de abril, a la semana del inicio de los ataques, el organismo
comenzaba a hacer públicos sus primeros informes diarios en lo referente a las
expulsiones -- que hoy tristemente alcanza las cuotas por todos conocidas -- seiscientos,
setecientos mil.
Más aún, esto era del todo previsible. Máxime, por lo
que se desprende de las declaraciones del Comandante en Jefe de la OTAN, el Gen. Wesley
Clark - en el momento de iniciarse el bombardeo "era absolutamente previsible."
Estas eran sus palabras. Dijo que era "completamente previsible" que el
bombardeo conduciría a la enorme escalada de las atrocidades - por más que obvias
razones. Cuando se procede al bombardeo de un país, éste no responde con flores.
Responde a la agresión y no precisamente en el terreno que al agresor le conviene,
responde en el terreno que controla. De modo que, no envía aviones a reacción para
efectuar un ataque aéreo sobre la ciudad de Nueva York. Responde en el terreno, donde se
siente fuerte - mediante la escalada de las atrocidades.
El general Clark iría más lejos aún al afirmar que la
operación de la OTAN - cito sus palabras - "no fue concebida para detener la
limpieza étnica que venía siendo perpetrada por Serbia." Bien, ciertamente. No pudo
serlo, dado que ha sido el propio bombardeo lo que ha exacerbado la limpieza étnica hasta
puntos insospechados. La limpieza étnica fue una consecuencia, no la causa.
Por si esto fuera poco, pese al claro pronóstico de las
tan previsibles atrocidades, no se crearon los debidos mecanismos para atajarlas. Es más,
y lo que aún es más grave, poco antes, EEUU procedía a la defunción del Alto
Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas, organismo de amparo al refugiado,
dando, en enero, lugar a un drástico recorte en su plantilla, como consecuencia de su
terca negativa a abonar lo que le adeuda.
O sea, que EEUU y Gran Bretaña no sólo rehusaron hacer
los preparativos pertinentes para mitigar la tan predecible carnicería que se avecinaba,
sino que se aseguraron de acabar con las organizaciones que habrían de ocuparse de los
refugiados que generaría - a tenor del susodicho comandante - el bombardeo que iban a
efectuar. Bien, si encajamos todo esto la criminalidad de Clinton y Blair adquiere
proporciones considerables. Y esto no es más que la mera superficie del asunto, y, aunque
no dispongamos de tiempo para ahondar más en el tema, sugiero un estudio más minucioso
del asunto para lo cual existe abundante documentación. Y no da lugar a ambigüedades en
cuanto a que, incluso en este caso en particular, resulta totalmente imposible creer una
sola palabra de su tan exaltada retórica - por no mencionar algunos otros casos, que no
vienen al tema, a los que ya he hecho alusión
De hecho, si nos remontamos en la historia, hallamos que
todo esto nos es del todo familiar. Es una especie de trágica - o peor aún, incluso
obscena réplica de lo que acaeciera hace ya un siglo. Hace justamente un siglo, se
promulgaba el mismo discurso en cuanto al cometido de los estados iluminados a la hora de
llevar la civilización a las gentes subdesarrolladas del planeta, por encima de cualquier
consideración de soberanía, dado que su misión era propagar la civilización y los
derechos humanos. Al estilo en que EEUU procedió en Filipinas, por poner un ejemplo.
Bien, sabemos a ciencia cierta las consecuencias que
derivaron de ello. No es preciso esperar para comprobarlo; contamos con todo un siglo de
historia que demuestra el modo en el que la ilustración se implantó en el mundo. ¿Hay
alguna razón por la que quepa esperar de esta nueva fase un resultado distinto? La mayor
parte del mundo no lo cree así. Fuera de la órbita de los autoproclamados estados
iluminados, reina el temor y la preocupación por el resurgimiento de aquellos terribles
días del imperialismo europeo y la arrogancia y la autocomplacencia que lo
caracterizaron.
Para las personas como nosotros - es decir, los
relativamente privilegiados ciudadanos de las sociedades más libres - nada de esto es
irremediable. Se llevan a cabo terribles crímenes si no hacemos nada por evitarlo. Es tan
simple como eso. Porque no se trata de lo que acontece en Marte o de los crímenes de
Atila el Huno, sino que se trata de los crímenes que llevan a cabo fuerzas que, en
principio, se hallan bajo nuestro control, si es que nos proponemos controlarlas.
No nos enfrentamos a las leyes de la naturaleza. Estas son
cuestiones que tienen que ver con la voluntad y la elección. No podemos cambiar el pasado
pero, sí podemos dar la cara en el presente. Podemos elegir la perspectiva desde la
honestidad, aprender de las consecuencias, y sacar las consecuencias para influir en el
futuro.