SOBRE LA SOCIEDAD ANARQUISTA
Conversación con Peter Jay Noam Chomsky
Chomsky:
Bueno, entendámonos; le digo sí a algunas de sus cuestiones y no a otras. Lo más
probable es que los defensores de la anarquía o del anarquismo sean partidarios de que no
haya policía, pero no de que deba prescindiese de las normas del tráfico. Yo querría
empezar diciendo que el término anarquismo abarca una gran cantidad de ideas políticas y
que yo prefiero entenderlo como la izquierda de todo movimiento libertario. Desde estas
posiciones podríamos concebir el anarquismo como una especie de socialismo voluntario, es
decir: como un socialismo libertario, o como un anarcosindicalismo, o como un comunismo
libertario o anarquismo comunista, según la tradición de Bakunin, Kropotkin y otros.
Estos dos grandes pensadores proponían una forma de sociedad altamente organizada, aunque
organizada sobre la base de unidades orgánicas o de comunidades orgánicas. Generalmente,
por estas dos expresiones entendían el taller y el barrio, y a partir de este par de
unidades orgánicas derivar mediante convenios federales una organización social
sumamente integrada que podría tener alcances nacionales e internacionales. Toda
decisión, a todo nivel, habría de ser tomada por mayoría sobre el terreno y todos los
delegados representantes de cada comunidad orgánica han de formar parte de ésta y han de
provenir de la misma, a la cual han de volver y en la cual, de hecho, viven.
P.J.:
Así que no se trata de una sociedad en la que no haya, literalmente hablando, gobierno,
sino más bien de una sociedad en la que la dirección principal de la autoridad viene de
abajo. Contrariamente a las democracias representativas tales como las que existen en
Estados Unidos y en Gran Bretaña que adoptan una forma de autoridad de arriba abajo,
aunque en última instancia decidan los votantes.
Chomsky:
Esa democracia representativa estadounidense o británica la critica un anarquista por dos
razones. Primero porque se ejerce un monopolio del poder centralizado en el Estado y,
segundo -críticamente hablando-, porque la democracia representativa está limitada a la
esfera política sin extender de un modo consecuente su carácter al terreno económico.
Los anarquistas de la tradición a que aludimos siempre han creído que el control sobre
la propia vida productiva es la condición sine qua non de toda liberación humana
verdadera, de hecho, de toda práctica democrática significativa. Es decir, que mientras
haya ciudadanos que estén obligados a alquilarse en el mercado de mano de obra a quienes
interese emplearlos para sus negocios, mientras la función del productor esté limitada a
ser utensilio subordinado, habrán elementos coercitivos y de opresión francamente
escandalosos que no invitan ni mucho menos a hablar en tales condiciones de democracia, si
es que tiene sentido hacerlo todavía.
P.J.:
¿Da la historia ejemplos duraderos y a cualquier escala un tanto sustancial de sociedades
que se hayan aproximado al ideal anarquista?
Chomsky:
Sí, han existido sociedades cuantitativamente pequeñas que creo han logrado bastante
realizar ese ideal, aparte de que da la historia ejemplos de revolución libertaria a gran
escala de estructura principalmente anarquista. Pero volviendo a lo primero, personalmente
creo que el ejemplo tal vez más dramático es el de los kibbutzim israelíes, los cuales
durante un largo periodo estuvieron realmente regidos por principios anarquistas, es
decir: autogestión, control directo de los trabajadores en toda la gestión de la
empresa, integración de la agricultura, la industria y los servicios, así como la
participación y prestación personales en el autogobierno. Me atrevo a afirmar que
tuvieron un éxito extraordinario en casi todas las medidas que tuvieron que imponerse.
P.J.:
Pero seguramente estaban, y aún lo están, encuadrados esos kibbutzim en el marco de un
Estado tradicional que les garantiza cierta estabilidad fundamental.
Chomsky:
No siempre ha sido así. La historia de los kibbutzim es bastante interesante a este
respecto. Sólo desde 1948 están engranados en la maquinaria de un Estado convencional.
Antes sólo obedecían a los imperativos de un enclave colonial y, en realidad, existía
una sociedad subyacente, mayormente cooperativista, que de hecho no formaba parte del
sistema supraestructural del mandato británico, sino que funcionaba subrepticiamente
fuera del alcance de este mandato. Y aun hasta cierto punto, esa sociedad cooperativista
sobrevivió a la fundación del Estado de Israel, pero -naturalmente- acabó por
integrarse en él perdiendo así, a mi parecer, gran parte de su carácter socialista
libertario la región de los kíbbutzim israelíes, por razón del proceso político que
la misma fundación de una nación acarreaba, amén de otros procesos acarreados por la
historia de la región en su coyuntura internacional que no hay por qué tratar aquí.
Sin embargo, como instituciones socialistas libertarias en funciones, creo que los
kíbbutzim israelíes pueden pasar por un modelo interesante y sumamente apropiado para
sociedades industriales avanzadas en la medida en que otros ejemplos existentes en el
pasado no lo son.
Un buen ejemplo de revolución anarquista realmente a gran escala -de hecho el mejor
ejemplo que conozco- es el de la revolución española de 1936, durante la cual, y en la
mayor parte de España republicana, se llevó a cabo una revolución anarquista (o
eminentemente inspirada en el anarquismo) que comprendía tanto la organización de la
agricultura como de la industria en extensiones considerables, habiéndose desarrollado
además de una manera que, al menos visto desde fuera, da toda la impresión de la
espontaneidad. Pero si buscamos las raíces más hondas y sus orígenes, caemos en la
cuenta de que ese resultado es debido a unas tres generaciones de abnegados militantes
organizando sin cesar, experimentando, pensando y trabajando por difundir las ideas
anarquistas entre vastas capas de la población en aquella sociedad eminentemente
preindustrial, aunque no preindustrial del todo. También esta experiencia tuvo gran
éxito, tanto desde el punto de vista de las condiciones humanas como de las medidas
económicas. Quiere decirse que la producción continuó su curso con más eficiencia si
cabe; los trabajadores del campo y de la fábrica demostraron ser perfectamente capaces de
administrar las cosas y administrarse sin presión alguna desde arriba, contrariamente a
lo que habían imaginado muchos socialistas, comunistas, liberales y demás ciudadanos de
la España republicana (¡por no hablar de la otra!) y, francamente, quién sabe el juego
que esta experiencia habría podido dar para el bienestar y la libertad del mundo. Por
desgracia, aquella revolución anarquista fue destruida por la fuerza bruta, a pesar de
que mientras estuvo vigente tuvo un éxito sin precedentes y de haber sido, repito, un
testimonio muy inspirador en muchos aspectos sobre la capacidad de la gente trabajadora
pobre de organizar y administrar sus asuntos de un modo plenamente acertado sin opresión
ni controles externos o superiores. Ahora bien; en qué medida la experiencia española es
aplicable a sociedades altamente industrializadas, es una cuestión que habría que
investigar con todo detalle.
P.J.:
Lo que aparece claro para todo el mundo es que la idea fundamental del anarquismo se ancla
en la prioridad del Individuo -no necesariamente aislado, sino precísamente junto con
otros individuos- y la realización de su libertad. Esto nos suena a lo que proclamaban
los fundadores de los Estados Unidos. ¿Qué ha pasado con la experiencia estadounidense
que ha hecho de aquella libertad invocada por dicha tradición una palabra sospechosa y
hasta corrompida en los oídos de los pensadores anarquistas y de los socialistas
libertarios como usted?
Chomsky:
Permítame aclarar ante todo que yo no me considero un pensador anarquista. Digamos que
soy un compañero de viaje por derivación, del anarquismo. Siempre se han expresado los
pensadores anarquistas muy favorablemente respecto a la experiencia estadounidense y al
ideal de la democracia jeffersoniana. Ya sabe que para Jefferson el mejor gobierno es el
que gobierna menos, o la apostilla a este aforismo de Thoreau según la cual el mejor
gobierno es el que no gobierna nada en absoluto. Ambas frases fórmulas las han repetido
los pensadores anarquistas en toda ocasión y a través de los tiempos desde que existe la
doctrina anarquizante.
Pero el ideal de la democracia jeffersoniana -dejando aparte el hecho de que fuese
todavía una sociedad con esclavos- se desarrolló dentro de un sistema precapitalista, o
sea: en una sociedad en la cual no ejercía el control ningún monopolio ni habían focos
importantes de poder privado. Es realmente sorprendente leer hoy algunos textos
libertarios clásicos. Leyendo, por ejemplo, La crítica del Estado (1791) de Wilhelm von
Humboldt, obra muy significativa que de seguro inspiró a Mill, se da uno cuenta que no se
habla en ella para nada de la necesidad de oponerse a la concentración del poder privado
y más bien se trata de la necesidad de contrarrestar la usurpación del poder coercitivo
del Estado. Lo mismo ocurre en los principios de la tradición estadounidense. ¿Por qué?
Sencillamente, porque era ésa la única clase de poder que existía. Quiero decir que Von
Humboldt daba por supuesto que todo individuo poseía más o menos un grado de poder
similar, pero de poder privado, y que el único desequilibrio real se producía en el seno
del Estado centralizado y autoritario, y que la libertad debía ser protegida contra toda
intervención del Estado y la Iglesia. Esto es lo que él creía que había que combatir.
Ahora bien; cuando nos habla, por ejemplo, de la necesidad de ejercer control sobre la
propia vida creadora, cuando impreca contra la alienación por el trabajo, resultante de
la coacción o tan sólo de las instrucciones o dirigismo en el trabajo de cada uno, en
vez de actuar por autogestión, entonces revela su ideología antiestatal y
antiteocrática. Pero los mismos principios sirven para la sociedad industrial capitalista
que se formó más tarde. Estoy inclinado a creer que Von Humboldt, de haber persistido en
su búsqueda ideológica, habría acabado por ser un socialista libertario.
P.J.:
Todos estos antecedentes, ¿no sugieren que hay algo inherente al estado preindustrial en
todo lo relativo a la aplicabilidad de las ideas libertarías? En otras palabras: que las
ideas libertarías presuponen necesariamente una sociedad básicamente rural con una
tecnología y una producción bastante simples y cuya organización económica tienda a
ser de pequeña escala y localizada.
Chomsky:
Vamos a ver, separemos su cuestión en dos preguntas: primera, ¿qué han pensado al
respecto los anarquistas?; y segunda, ¿cómo opino yo? En lo que respecta a las
respuestas anarquistas tenemos por lo menos dos. En primer lugar hay una tradición
anarquista -que podríamos hacer partir de un Kropotkin- con ese carácter que acaba de
describirnos. Pero en segundo lugar existe otra tradición anarquista que al desarrollarse
desemboca en el anarcosindicalismo y que ve en el anarquismo la manera adecuada de
organizar una sociedad compleja de nivel industrial altamente avanzado. Y esta tendencia
dentro del anarquismo se confunde, o por lo menos se relaciona muy estrechamente con una
variedad de marxismo izquierdista de la especie de los comunistas espartaquistas, por
ejemplo, salidos de la tradición de Rosa Luxemburgo y que más tarde estuvo representada
por teóricos marxistas como Anton Pannekoek, quien desarrolló toda una teoría sobre los
consejos obreros de la industria, siendo él mismo un hombre de ciencia, un astrónomo.
Pues bien; ¿cuál de estos dos puntos de vista es el que se ajusta a la verdad? O en
otros términos: ¿tienen por objeto los conceptos anarquistas una sociedad preindustrial
exclusivamente o es el anarquismo también una concepción adecuada para aplicarla a la
organización de una sociedad industrial altamente avanzada? Personalmente, creo en la
segunda opción, es decir, creo que la industrialización y el avance de la tecnología
han cerrado consigo posibilidades de autogestión sobre un terreno vasto como jamás
anteriormente se habían presentado. Creo, en efecto, que el anarcosindicalismo nos brinda
precisamente el modelo más racional de una sociedad industrial avanzada y compleja en la
que los trabajadores pueden perfectamente tomar a su cargo sus propios asuntos de un modo
directo e inmediato, o sea, dirigirlos y controlarlos, sin que por eso no sean capaces al
mismo tiempo de ocupar puestos clave a fin de tomar las decisiones más sustanciales sobre
la estructura económica, instituciones sociales, planeamiento regional y suprarregional,
etc. Actualmente, las instituciones rectoras no les permiten a los trabajadores ejercer
control ninguno sobre la información necesaria en el proceso de la producción ni tampoco
poseen por lo demás el entrenamiento requerido para entender en esos asuntos de
dirección. Por otra parte, en una sociedad sin intereses creados ni monopolios, gran
parte de ese trabajo -administrativo incluido- podría hacerse ya automatizado. Es del
dominio público que las máquinas pueden cumplir con un gran porcentaje de las tareas
laborales que hoy corren a cargo de los trabajadores y que, por lo tanto, éstos -una vez
asegurado mecánicamente un alto nivel de vida- podrían emprender libremente cualquier
labor de creación que antes objetivamente les habría sido imposible imaginar siquiera,
sobre todo en la fase primeriza de la revolución industrial.
P.J.:
Seguidamente querría atacar el problema de la economía en una sociedad anarquista, pero
¿podría pintarnos con algo más de detalle la constitución política de una sociedad
anarquista tal y como se la imagina usted en las condiciones modernas de vida actual? Se
me ocurre preguntar, por ejemplo, si existirían en esa sociedad partidos políticos y
qué formas residuales de gobierno seguirían existiendo en la práctica.
Chomsky:
Permítame esbozar lo que yo creo podría obtener aproximadamente un consenso entre los
libertarios, esbozo que naturalmente me parece en esencia, aunque mínimo, correcto para
el caso. Empezando por las dos clases de organización y control, concretamente: la
organización y el control en el lugar de trabajo y en la comunidad, podríamos imaginar
al efecto una red de consejos de trabajadores y, a nivel superior, la representación
interfábricas, o entre ramos de la industria y comercio, o entre oficios y profesiones, y
así sucesivamente hasta las asambleas generales de los consejos de trabajadores emanados
de la base a nivel regional, nacional o internacional. Y desde el otro punto de vista, o
sobre la otra vertiente, cabe imaginar un sistema de gobierno basado en las asambleas
locales, a su vez federadas regionalmente y que entienda en asuntos regionales, a
excepción de lo concerniente a oficios, industria y comercio, etc., para luego pasar al
nivel nacional y a la confederación de naciones, etc.
Ahora bien; sobre el cómo se habrían de desarrollar exactamente estas estructuras y
cuál sería su interrelación, o sobre si ambas son necesarias o sólo una, son preguntas
éstas que los teóricos anarquistas han discutido y acerca de las cuales existen muchas
variantes. Por ahora, yo no me atrevo a tomar partido; son cuestiones que habrá que ir
elaborando y dilucidando a fondo y con calma.
P.J.:
Pero, ¿no habrían, por ejemplo, elecciones nacionales directas, o partidos políticos
organizados de punta a punta, como si dijéramos? Claro que si así fuera posiblemente se
crearía alguna especie de autoridad central lo que sería contrarío a la idea
anarquista.
Chomsky:
No, bueno, la idea anarquista propicia que la delegación de autoridad sea la mínima
expresión posible y que los participantes, a cualquiera de los niveles, del gobierno
deben ser directamente controlados por la comunidad orgánica en la que viven. La
situación óptima sería, pues, que la participación a cualquier nivel del gobierno sea
solamente parcial, es decir: que los miembros de un consejo de trabajadores que, de hecho,
ejercen sus funciones tomando decisiones que los demás trabajadores no tienen tiempo de
tomar, sigan haciendo al mismo tiempo su trabajo en el tajo, taller o fábrica en que se
empleen, o su labor o misión en la comunidad, barrio o grupo social al que pertenecen.
Y respecto a los partidos políticos, mi opinión es que una sociedad anarquista no tiene
forzosamente por qué prohibirlos. Puesto que, de hecho, el anarquismo siempre se ha
basado en la idea de que cualquier lecho de Procusto, cualquier sistema normativo impuesto
en la vida social ha de restringir y menoscaba notablemente su energía y vitalidad y que,
más bien, toda clase de nuevas posibilidades de organización voluntaria pueden ir
apareciendo a un nivel superior de cultura material e intelectual. Pero yo creo,
sinceramente, que si llega el caso de que se crea necesaria la existencia de partidos
políticos habrá fallado la sociedad anarquista. Quiero decir que, a mi modo de ver, en
una situación con participación directa en el autogobierno y en la autogestión de los
asuntos económicos y sociales, las disensiones, los conflictos, las diferencias de
intereses, de ideas y de opiniones tendían que ser no sólo bien acogidas, sino
cultivadas incluso, para ser expresadas debidamente a cada uno de los distintos niveles.
No veo por qué habrían de coincidir esas diferencias con unos partidos que no se crean a
partir de las diferencias, sino para crearlas precisamente. No creo que la complejidad del
interés humano y de la vida venga mejor servida dividiéndola de ese modo. En realidad,
los partidos representan fundamentalmente intereses de clase, y las clases tendrían que
haber sido eliminadas o superadas en una sociedad como la que nos ocupa.
P.J.:
Una última pregunta sobre organización política. Con esa serie jerárquica de asambleas
y de estructura cuasi gubernamental, sin elecciones directas, ¿no se corre el peligro de
que el órgano central o el organismo que está en la cúspide de la pirámide, como si
dijéramos, se aleje demasiado de la base y que si tiene poderes en asuntos
internacionales, por ejemplo, podría incluso disponer de fuerzas armadas u otros
instrumentos de violencia y que, a fin de cuentas, estaría menos vigilado que lo está un
gobierno en las actuales democracias parlamentarias?
Chomsky:
Es condición de primera importancia en toda sociedad libertaria prevenir semejante rumbo
en los asuntos públicos de carácter nacional e internacional y a ese fin hay que crear
las instituciones necesarias. Lo que creo que es perfectamente factible. Personalmente,
estoy convencido de que la participación en el gobierno no es un trabajo full-time. Puede
serlo en una sociedad irracionalmente regida en la que se provocan toda clase de problemas
por la misma irracionalidad de las instituciones. Pero en una sociedad industrial avanzada
funcionando como es debido por cauces libertarios, me imagino que la puesta en ejecución
de las decisiones tomadas por los cuerpos representativos, es una ocupación part-time que
tendría que ser llevada a cabo por turno en el seno de cada comunidad y que debería
además exigir como condición a los que la ejerzan el no dejar sus propias actividades
profesionales, siquiera en parte. Supongamos que fuese posible entender el gobierno como
una función de empresa equivalente a la producción de acero, pongo por caso. Si eso
fuese factible -y yo creo que es una cuestión de hechos empíricos que tiene que obedecer
a sus propias determinaciones y que no puede proyectarse como pura teoría-, si eso fuese
factible, digo, la consecuencia natural sería organizar el gobierno industrialmente, como
si fuera una rama más de la industria, con su propio consejo de trabajadores y su propia
disciplina autogestionaria y su propia participación en las asambleas de mayor extensión
o alcance.
Podría añadir aquí que así sucedió en los consejos de los trabajadores formados
espontáneamente en algunas partes, como por ejemplo en la revolución húngara de 1956.
Había en efecto, si no me equivoco, un consejo de empleados del Estado que se habían
organizado sencillamente a la manera industrial o empresarial como otras ramas de la
industria de tipo tradicional. Cosa semejante es perfectamente posible y tendría que ser
-o podría ser- una barrera que impidiese la formación de esa especie de remota
burocracia represiva que los anarquistas temen tanto, como es natural.
P.J.:
Suponiendo que continuase existiendo una cierta necesidad de autodefensa a nivel bastante
perfeccionado, no comprendo por su descripción de la sociedad anarquista cómo podría
ejercerse un control efectivo por parte del dicho sistema de consejos representativos
par-time y aun a varios niveles de abajo arriba, sobre una organización tan poderosa y
técnicamente tan perfeccionada por la fuerza de las cosas como el pentágono, por
ejemplo.
Chomsky:
Bien, bien, precisemos un poco la terminología. Usted habla del Pentágono como
organización defensiva, que es lo corriente. En 1947, cuando se aprobó la Ley de Defensa
nacional, el antiguo Ministerio de la Guerra -que así se había venido llamando
honradamente- pasó a llamarse Departamento de la Defensa. Por entonces era yo aún un
estudiante y no me creía muy ducho en la materia, pero sabía, como todo el mundo, que si
el ejército estadounidense hasta entonces podía haber estado implicado en la defensa de
la nación -y parcialmente así había sido- en adelante ya no sería el Departamento de
Defensa más que un ministerio de la agresión, y nada más.
P.J.:
Según el principio de que no hay que creer nada hasta que se niegue oficialmente.
Chomsky:
Exactamente. Un poco bajo el supuesto con que esencialmente había concebido Orwell el
Estado moderno y su naturaleza. Y éste es exactamente el caso. Quiero decir que el
Pentágono no es de ningún modo el instrumento del Ministerio de la Defensa. Jamás ha
defendido a los Estados Unidos contra nadie y lo único que ha producido ha sido
agresión; por eso creo que el pueblo norteamericano estaría mucho mejor sin Pentágono
que con él. Pero en todo caso no lo necesita para su defensa. Su intervención en los
asuntos internacionales nunca ha sido -bueno, nunca es mucho decir, pero costaría trabajo
encontrar una excepción- su posición o actitud característica la de apoyar la libertad
o la de defender al pueblo. No es éste el papel que desempeña la organización militar
tan vasta que controla el Departamento de la Defensa. Sus tareas son más bien dos bien
distintas y ambas bastante antisociales.
La primera es la de salvaguardar un sistema internacional en el que los llamados intereses
estadounidenses -con lo que se quiere significar principalmente intereses comerciales
sigan floreciendo. La segunda tarea cumple una misión económica internacional. De ahí
que el Pentágono haya sido el más importante mecanismo keinesiano por el cual el
gobierno interviene para mantener lo que cómicamente se llama la salud de la economía
mediante la incitación a producir, es decir, llevando a la producción del despilfarro.
Ahora bien, ambas funciones sirven a ciertos intereses, a intereses dominantes de hecho,
intereses dominantes de clase en la sociedad estadounidense. Pero no creo que sirvan ni
poco ni mucho al interés del público y un semejante sistema de producción de
despilfarro y de destrucción sería desmantelado en lo esencial en una sociedad
libertaria. Pero no hay que hablar demasiado de estas cosas. Si nos imaginamos, por
ejemplo, una revolución social en los Estados Unidos -cosa que está muy lejos, diría
yo-, mas si esto ocurriera, es difícil imaginar que hubiese un enemigo real de fuerza
capaz de amenazar la revolución social del país; no iban a atacarnos Méjico o Cuba
pongamos por caso. No creo, pues, que una revolución en Estados Unidos necesitase
defenderse contra un agresión exterior. Mientras que si se proclamase una revolución
social en Europa occidental, creo que en tal caso el problema de la defensa adquiriría
caracteres críticos.
P.J.:
Iba a decirle que seguramente no puede ser inherente a la idea anarquista la falta de
autodefensa, ya que hasta ahora todos los experimentos anarquistas han sido aniquilados
desde fuera.
Chomsky:
Ya, lo que pasa es que a esas cuestiones no se puede contestar más que específicamente y
siempre en relación con casos históricos concretos y en condiciones objetivas.
P.J.:
No, es que se me hacía difícil entender lo que decía del control democrático adecuado
para esa clase de organización, ya que me parece muy improbable que los generales se
controlasen a sí mismos del modo que a usted le pareciese bien.
Chomsky:
La dificultad estriba en que yo quiero apuntar la complejidad de la cuestión. Todo
depende del país y de la sociedad de que se trate. En los Estados Unidos se plantea una
clase específica de problemas. Si la revolución social libertaria se declara en Europa,
creo que entonces los problemas que surgirían serían muy serios, ya que se plantearía
de inmediato un gran problema de defensa. Porque supongo que si en la Europa occidental se
consiguiese un socialismo libertario de cierta envergadura, se ceñiría sobre ella una
amenaza militar inminente por dos partes, por la parte de la Unión Soviética y por la de
Estados Unidos. Luego, el primer problema sería cómo defenderse. Con este problema tuvo
que enfrentarse la revolución española. Porque no sólo estaba amenazada in situ por la
intervención militar fascista, sino también por las unidades armadas comunistas y por
los enemigos liberales de la retaguardia y de las naciones vecinas. Ante semejante
magnitud y número de ataques, el problema de la defensa era el más grave, por ser de
vida o muerte.
A pesar de todo esto, creo que hay que plantearse la cuestión de si la mejor manera de
hacerlo es a base de ejércitos centralizados con toda su tecnología disuasiva; la
verdad, no creo que la cosa sea tan de cajón. Por ejemplo, no creo que un ejército
europeo-occidental centralizado impediría un ataque ruso o estadounidense con el fin de
acabar con un socialismo libertario, porque la suerte de ataque que esperaría,
francamente, no sería quizá militar, sino económico por lo menos.
P.J.:
Pero por otra parte, tampoco es de esperar ya las clásicas algaradas de campesinos
armados con horcas y hoces...
Chomsky:
No hablamos de campesinos, sino de sociedades desarrolladas industrialmente y de elevado
urbanismo. Se me ocurre que su mejor arma sería atraer la simpatía de las clases
trabajadoras de los países atacantes. Pero repito que hay que ser prudente. Y no es nada
improbable que la revolución necesitara tanques, ejército y que así se labrara su
propia ruina por las razones antedichas. Es decir, creo que es muy difícil imaginarse
cómo podría funcionar en régimen revolucionario un ejército central con sus tanques,
aviones y armas estratégicas. Y si eso es necesario para salvar las estructuras
revolucionarias, ¡ay de la revolución!
P.J.:
Si el mejor método de defensa es, como usted dice, granjearse las simpatías de las
organizaciones políticas y económicas, tal vez sería a este propósito oportuno entrar
más en el detalle. En uno de sus ensayos dice usted que en una sociedad decente, todo el
mundo tendría la oportunidad de encontrar un trabajo interesante y a cada cual le
estaría permitido usar sus talentos por ofrecérsele las más amplías oportunidades a
ese mismo objeto. Después se pregunta: ¿Y qué más haría falta? ¿Acaso una recompensa
exterior en forma de lujos o de poder? Eso en el caso de que supongamos que el hacer uso
de los propios talentos en un trabajo interesante y socialmente útil no nos recompensa
por sí solo. Creo que esta manera de razonar agrada a mucha gente. Pero aun así necesita
alguna explicación. Personalmente creo que el trabajo que a la gente puede parecer
interesante o atractivo o satisfactorio no tiene por qué coincidir necesariamente con la
clase de trabajo que tiene que hacerse por necesidad, sí queremos mantener el nivel de
vida que la gente exige y al que está acostumbrada.
Chomsky:
En efecto, hay una cantidad de trabajo que tiene que hacerse, si queremos mantener el
actual nivel de vida. Está por contestar la pregunta: ¿en qué medida este trabajo tiene
que ser oneroso? Recordemos que ni la ciencia, ni la tecnología ni el simple intelecto se
han dedicado a examinar la cuestión con el fin de abolir el carácter pesado y
autodestructivo de algunos trabajos necesarios en nuestra sociedad. Esto es debido al
hecho de que siempre se ha contado con la reserva de un cuerpo considerable de esclavos a
sueldo que harán cualquier trabajo, por duro que sea, antes que morir de hambre. Pero si
la inteligencia humana se aplicara a resolver el problema de cómo hacer tolerables los
trabajos más pesados que la sociedad requiere, no sabemos cuál sería la salida. Tengo
para mí que gran parte de esos trabajos podrían hacerse totalmente tolerables. Esto
aparte de que me parece un error creer que toda labor físicamente dura tiene que ser
onerosa. Hay mucha gente -yo incluido- que emprende trabajos duros para relajarse. No hace
mucho, por ejemplo, se me ocurrió plantar treinta y cuatro árboles en un prado detrás
de mi casa, lo que implicaba tener que cavar treinta y cuatro hoyos. Considerando lo que
normalmente hago como ocupación, eso representa un trabajo bastante pesado, pero he de
confesar que disfruté haciéndolo. Sin embargo, estoy seguro que no habría disfrutado de
tenerlo que hacer con un capataz delante y a horas fijas, etc. Aunque si es una tarea
tomada por interés también puede hacerse. Y sin tecnologías, sin pensar en cómo
planear el trabajo, etc.
P.J.:
A esto podría decirte que existe el peligro de que esta manera de ver el problema sea una
ilusión bastante romántica, sólo posible de abrigar por una pequeña élite de
intelectuales, profesores, periodistas, etc. que están en la situación tan privilegiada
de ser pagados por lo que les gusta hacer y harían de otras formas.
Chomsky:
Por eso empecé por poner por delante un gran si condicional. Dije que primeramente hay
que preguntarse hasta qué punto el trabajo necesario para la sociedad -o sea, el trabajo
requerido para mantener el nivel de vida que queremos- ha de ser por fuerza pesado u
oneroso. Yo creo que la respuesta sería: mucho menos de lo que lo es hoy; pero
convengamos en que hasta cierto punto siga siendo sucio. Aun así, la respuesta es muy
simple: ese trabajo sucio debe ser distribuido equitativamente entre todos los que son
capaces de hacerlo.
P.J.:
Entonces, que cada cual se pase cierto número de meses al año en la cadena de
producción de automóviles y otro tanto recogiendo basuras u otras faenas ingratas...
Chomsky:
Si es que efectivamente son éstas tareas de imposible autosatisfacción. Pero yo no lo
creo, francamente. Cuando veo trabajar a los operarios, digamos a los mecánicos de
automóvil por ejemplo, creo que muchas veces puede ser no poco motivo de orgullo cumplir
con la tarea. El orgullo de un trabajo complicado y bien hecho en el que hay que hacer uso
de la inteligencia, especialmente cuando uno está interesado en la gestión de la empresa
y hay que contribuir a las decisiones de cómo organizar el trabajo, para qué sirve,
cuáles son los objetivos de ese trabajo, etc. Yo creo que todo esto puede ser una
actividad satisfactoria y recompensadora que, de hecho, requiere las capacidades que los
trabajadores despliegan de buen grado. Pero la verdad es que estoy hablando
hipotéticamente. Supongamos que quedase un residuo de trabajo que nadie quisiera hacer;
en tal caso no hay más que distribuirlo entre todos equitativamente, pero por lo demás
que la gente ejerza libremente sus talentos a su buen entender.
P.J.:
Supongamos ahora, profesor, que ese residuo fuese muy grande, como hay quien sostiene que
sería si el trabajo para producir un noventa por ciento de lo que todos quisiéramos
consumir se realizara cumplidamente. En tal caso, organizar la distribución de este
trabajo sobre la base de que todo el mundo hiciera una pequeña parte de los trabajos
sucios o pesados, resultaría echar mano de algo absurdamente ineficaz. Porque para eso
habría que entrenar y equipar a toda la gente, porque toda tendría que pasar por los
trabajos sucios, de lo que sufriría la eficacia de toda la economía y, por consiguiente,
el nivel de vida se rebajaría ostensiblemente.
Chomsky:
Bueno, ante todo hay que convenir en que nadamos sobre puras hipótesis, ya que no creo
que sus porcentajes sean ni mucho menos reales. Ya he dicho que si la inteligencia humana
se aplicara a proyectar una tecnología adaptada a las necesidades del productor humano en
vez de hacerlo al revés tendríamos la solución. Ahora se plantea el problema inverso:
cómo adaptar el ser humano a un sistema tecnológico ideado para otros objetivos, es
decir, la producción para el beneficio. Estoy convencido de que si se hiciera lo que digo
el trabajo indeseado será mucho menos cuantioso de lo que usted sugiere. Pero como quiera
que sea, fíjese que tenemos dos alternativas: la primera es distribuirlo equitativamente,
la segunda es crear las instituciones adecuadas para obligar a un grupo de la población a
hacer los malos trabajos so pena de morirse de hambre. Esas son las dos alternativas.
P.J.:
No digo obligados, sino que podrían hacer esos trabajos incluso voluntariamente los que
considerasen que valía la pena hacerlos a base de una mayor remuneración
correspondiente.
Chomsky:
Ah no, supongo que ya ha sobreentendido que para mí todo el mundo ha de recibir por su
trabajo, sea cual sea, una recompensa igual. Y no olvide que actualmente vivimos en una
sociedad en que la gente que hace los trabajos pesados no es mejor remunerada que la que
hace su trabajo voluntariamente; todo lo contrario es verdad. De la manera en que funciona
nuestra sociedad, una sociedad de clases, los que hacen los trabajos más duros, más
pesados o más sucios son los que cobran menos. Esos trabajos se hacen, sin más, pero
nosotros no queremos ni pensar en que existen, porque sabemos que hay una masa de gentes
miserables que sólo controlan un solo factor de la producción: su fuerza de trabajo, que
tienen que vender; o tendrán que aceptar esa clase de trabajos porque no tienen otra cosa
que hacer y antes que morir de hambre se emplean por los más bajos salarios. Acepto la
corrección. Imaginémonos tres clases de sociedades: la primera, la corriente, en la cual
el trabajo indeseable se da a los esclavos a sueldo. Luego un segundo sistema en que el
trabajo ingrato, después de haber hecho todo lo posible para darle sentido, es
distribuido y, en fin, el tercer sistema en el que el trabajo malo da derecho a una paga
extraordinaria, tanto que por ella acceden a hacerlo algunos voluntariamente. Pues bien;
yo creo que el segundo y el tercer sistema están de acuerdo -en estos términos vagos en
que estamos hablando- con los principios anarquistas. Personalmente me inclino por el
segundo, pero ambos están totalmente alejados de toda organización social vigente y de
toda tendencia a cualquier organización social en la actualidad.
P.J.:
Se lo plantearé de otra manera. Me parece que se está ante una opción fundamental, por
mucho que se la quiera camuflar, entre el trabajo satisfactorio de por sí y el trabajo
que hay que organizar sobre la base del valor que tiene lo producido para la gente que lo
usa o consume. Y la sociedad organizada sobre la base de dar a todo el mundo las mismas
oportunidades para llevar a cabo sus más caras aficiones, lo que expresa en esencia la
fórmula del trabajo por el trabajo mismo, tiene su culminación lógica en el monasterio
o convento, donde la clase de trabajo practicado, o sea, el rezo, es un trabajo de
autoenriquecimiento del propio trabajo. No se produce nada que sea de provecho para nadie,
así que, o bien hay que vivir a un nivel de vida lo más bajo, o bien hay que resignarse
a morir de hambre.
Chomsky:
Bien, aquí hace usted unas suposiciones de hecho con las que no estoy de acuerdo en
absoluto. Yo creo que parte de lo que le da sentido al trabajo es su utilidad, es el hecho
de que sus productos se puedan utilizar. El trabajo del artesano tiene su sentido al menos
en parte por la inteligencia y la destreza que ha de poner en él, pero también en parte
porque es un trabajo útil. Lo mismo diría yo que vale también para los hombres de
ciencia. Creo que el hecho de que la clase de trabajo que uno está haciendo sirva para
otra cosa -que es el caso del trabajo científico, como usted sabe-, que contribuya a algo
más es muy importante, aun prescindiendo de la elegancia o la belleza que uno pueda
lograr con su trabajo. Estoy convencido que esto vale para todas las actividades humanas.
Creo además que si echamos una ojeada por una buena parte de la historia de la humanidad,
nos daremos cuenta de cuántos han sido los que han sacado satisfacción -y no poca- del
trabajo productivo y creador que han estado haciendo; pero también creo que la
industrialización propicia enormemente esa satisfacción. ¿Por qué? Pues porque gran
parte de las faenas fastidiosas y sin atractivo pueden hacerlas las máquinas, lo que
significa que automáticamente el radio de acción del trabajo humano realmente creador
resulta muy notablemente agrandado. Pero a otra cosa. Usted habla del trabajo libremente
emprendido como afición o hobby. Yo no lo juzgo así. Pienso que el trabajo libremente
elegido y ejecutado también puede ser trabajo útil e importante.
También plantea usted un dilema que muchos se plantean, a saber: entre el deseo de
satisfacción en y por el trabajo y el deseo de crear cosas de valor para la comunidad.
Pero no está tan claro que se trate, en efecto, de un dilema y menos de una
contradicción. No me parece obvio, ni mucho menos -yo creo que es falso- eso de
contribuir a un mayor placer y satisfacción en el trabajo sea inversamente proporcional
al valor del resultado.
P.J.:
Yo no diría inversamente proporcionado para mí podría no tener relación alguna.
Pongamos algo muy simple como vender helados en la playa un día de fiesta. Es un servicio
a la sociedad. Hace calor y no hay duda de que el público quiere helados. Por otro lado,
es difícil ver aquí en qué medida llevar a cabo esta tarea de vender helados puede ser
motivo de placer profesional ni pueda tener algún sentido, virtud o ennoblecimiento
social. ¿Por qué razón habría de dedicarse a prestar ese servicio sí no te recompensa
de alguna manera?
Chomsky:
Le advierto que más de una vez he visto a vendedores de helados con cara de pascuas...
P.J.:
Sí estaban ganando dinero a puñados lo creo.
Chomsky:
... y que parecían muy contentos de estar vendiéndoles helados a los niños, lo cual me
parece una manera de pasar el tiempo perfectamente razonable y estimulante, si se compara
con otras ocupaciones, con miles de ocupaciones diferentes. Recuerde que cada persona
tiene su ocupación y me parece que la mayoría de las ocupaciones existentes -y en
esencial aquellas que entran en la clasificación servicios, o sea, que entran en
relación con el prójimo-, conllevan de por sí una satisfacción u otra y unas
recompensas inherentes a ellas asociadas, esto es, en el trato con los individuos a los
que prestan sus servicios. Para el caso es lo mismo dar clases que vender helados. Admito
que para vender helados no se necesitan ni la dedicación ni la inteligencia necesarias
para impartir enseñanza y que tal vez por esta razón sea una ocupación menos envidiada.
Pero si así fuera, tendría que ser repartida entre todos.
Pero todo esto aparte, lo que trato de decir es que nuestra creencia caracterizada de que
el placer en el trabajo, la satisfacción en el trabajo o no tiene o tiene relaciones
negativas con el valor del resultado, está estrechamente relacionado con un estadio
particular de la historia social, esto es: el capitalismo, en cuyo sistema los seres
humanos son instrumentos de producción. Lo dicho antes no tiene por qué ser, ni mucho
menos, la verdad. Por ejemplo, si pasamos revista a las numerosas entrevistas hechas con
obreros que trabaran en cadena por sicólogos industriales, echaremos de ver que una de
las cosas de que más se quejan es de que su trabajo no pueda hacerse bien, que la cadena
va tan de prisa que no pueden hacer su trabajo decentemente. Hace poco leía en una
revista gerontológica un estudio sobre la longevidad en el que se trataba de encontrar
los factores útiles para predecir la longevidad -ya sabe: el fumar, el beber, los
factores genéticos-, todo lo habían examinado. Pues bien, ¿sabe cuál es el factor más
favorable? La satisfacción en el trabajo.
P.J.:
Ya, la gente que tiene un trabajo agradable vive más, ¿no?
Chomsky:
Bueno, sí, la gente que está satisfecha con su trabajo. Lo que me parece muy lógico,
puesto que no sólo nos pasamos en el trabajo una gran parte de nuestra vida, sino que en
el trabajo es donde más ejercemos nuestra capacidad creadora. Ahora bien; ¿qué es lo
que lleva a esa satisfacción en el trabajo? Creo que son muchas cosas, pero el saberse
haciendo algo útil para la comunidad es un factor nada desdeñable. Muchos están
satisfechos de su trabajo por creer que están haciendo algo importante, algo que vale la
pena hacer. Igual pueden ser maestros como médicos, científicos como artesanos o
agricultores. Sentir que lo que uno está haciendo es importante, digno de hacerse, no
sólo refuerza los vínculos sociales sino que también es un motivo de satisfacción
personal, porque con un trabajo interesante y bien hecho nace esa especie de orgullo de
quien se autorrealiza, de quien pone en práctica sus habilidades personales. Y no creo
que esto vaya a dañar de cualquier modo que sea el valor de lo producido, sino más bien
al contrario. Pero concedamos que hasta cierto punto lo perjudicase. Llegada la sociedad a
tal punto, debe decidir la comunidad cómo hacer los compromisos necesarios. Al fin y al
cabo, cada individuo es a la vez productor y consumidor y por lo tanto cada individuo ha
de tomar parte en esos compromisos socialmente determinados, es decir, si verdaderamente
hay necesidad de establecer compromisos. Porque me permito insistir en que se ha exagerado
mucho la naturaleza de estos problemas a causa del efecto aberrante del prisma que
interpone el sistema verdaderamente coercitivo y destructor de la personalidad en que
vivimos.
P.J.:
De acuerdo. Usted dice que la comunidad tiene que tomar decisiones sobre compromisos
eventuales, pero no es menos sabido que la teoría comunista previene estas posibilidades
completamente, ya por la planificación, ya en materia de inversiones, de prioridades de
inversión nacional, etc. En una sociedad anarquista cree usted que no se tolerara tanta
superestructura gubernamental necesaria al parecer para hacer planes, tomar decisiones
sobre inversiones por ejemplo si hay que dar prioridad a lo que la gente quiera consumir o
a lo que la gente quiera hacer en materia del trabajo.
Chomsky:
No estoy de acuerdo. Me parece que las estructuras anarquistas, o para el caso las de los
marxistas de izquierda, basadas en el sistema de los consejos y federaciones de
trabajadores, se bastan y se sobran para tomar una decisión sobre cualquier plan
nacional. De igual manera funcionan a ese nivel -digamos nacional- las sociedades de
socialismo estatal al tener que elaborar planes nacionales. En esto no hay ninguna
diferencia. Donde la hay -y grande- es en la participación de tales decisiones y en el
control que sobre ellas se ejerce. Los anarquistas y marxistas de izquierda -consejistas,
espartaquistas- toman estas decisiones desde la base. Es la clase trabajadora informada la
que las toma a través de sus asambleas y de sus representantes directos que viven y
trabajan entre ellos. Pero en los sistemas de socialismo estatal, el plan nacional viene
trazado por la burocracia nacional que acumula para sí y monopoliza toda la información
necesaria y que toma las decisiones. De vez en cuando se presenta al público y le dice:
Podéis escogerme a mí o a ése, pero todos formamos una misma burocracia remota que no
está a vuestro alcance. Éstos son los polos, éstas son las oposiciones polarizadas
dentro de la tradición socialista.
P.J.:
O sea que, de hecho, sigue desempeñando un papel importante el Estado, e incluso
posiblemente los empleados públicos, la burocracia, pero lo que es distinto es el control
ejercido sobre ellos.
Chomsky:
Bueno, yo no creo, francamente, que se necesite una burocracia separada del resto para
poner en ejecución las decisiones gubernamentales.
P.J.:
Se necesitan varias formas de pericia.
Chomsky:
Ya, pero digamos que se trata de una pericia en materia de planificación económica,
puesto que no hay duda de que en toda sociedad industrial compleja tendría que funcionar
un grupo de técnicos encargados de trazar planes, de explicar las consecuencias de toda
decisión importante, de poner en antecedentes a las personas que han de decidir sobre las
consecuencias de sus propias decisiones según se desprende del estudio y modelo de
programación, etc. Pero lo importante es que estos sistemas de planificación no son otra
cosa que industrias, con sus propios consejos de trabajadores y formando parte de todo el
sistema de consejos; la diferencia consiste en que estos sistemas de planificación no son
los que toman las decisiones. Producen planes de la misma manera que las fábricas de
automóviles producen coches. Los planes están, pues, a disposición de los consejos de
trabajadores y se someten a las asambleas de consejos, de la misma manera que los
automóviles se fabrican para correr con ellos. Ahora bien; lo que este sistema requiere
es una clase trabajadora educada. Y esto es exactamente lo que somos capaces de conseguir
en sociedades industrializadas de alto desarrollo.
P.J.:
¿En qué medida el éxito del socialismo libertario, o del anarquismo, depende realmente
de un cambio fundamental en la naturaleza humana, tanto en su motivación como en su
altruismo, así como en sus conocimientos y su grado de refutamiento?
Chomsky:
No sólo creo que depende de eso, sino que todo el propósito del socialismo libertario
contribuye a lo mismo, efectivamente. Se trata de contribuir a una transformación de la
mentalidad, exactamente la transformación que el hombre es capaz de concebir en cuanto
concierne a su habilidad en la acción, su potestad de decidir en conciencia, de crear, de
producir y de investigar, exactamente aquella transformación espiritual a que los
pensadores de la tradición marxista izquierdista, desde Rosa Luxemburgo, por ejemplo,
pasando por los anarquistas, siempre han dado tanta importancia. De modo que por un lado
hace falta esa transformación espiritual. Y por otro, el anarquismo tiende a crear
instituciones que contribuyan a esa transformación en la naturaleza del trabajo y de la
actividad creadora, en los lazos sociales interpersonales simplemente, y a través de esa
interacción, crear instituciones que propicien el florecimiento o eclosión de nuevos
aspectos en la humana condición. En fin, la puesta en marcha de instituciones libertarias
siempre más amplias a las que pueden contribuir las personas ya liberadas. Así veo yo la
evolución del socialismo.
P.J.:
Y por último, profesor Chomsky, ¿qué opina de las posibilidades hoy existentes para
fundar sociedades según acaba de bosquejarlas en los países Industriales más
importantes de Occidente en el próximo cuarto de siglo más o menos?
Chomsky:
No creo ser lo bastante sabio ni estar lo bastante informado como para hacer predicciones
de este tipo, es más: creo que aventurarse a semejantes pronósticos dice más de la
personalidad que del juicio del que los lanza. No obstante, tal vez podría decir esto:
hay tendencias obvias dentro del capitalismo industrial hacia una concentración de poder
en estrechos imperios económicos dentro de un marco que se está convirtiendo cada vez
más en un Estado totalitario. Estas tendencias vienen desarrollándose desde hace
bastante tiempo y, francamente, no veo nada que pueda contenerlas. Creo, pues, que estas
tendencias seguirán su curso formando parte del anquilosamiento y la decadencia de las
instituciones capitalistas.
Ahora bien; creo que este recurso hacia un totalitarismo de Estado y hacia una
concentración económica exasperada -ambas cosas en conexión, por supuesto irán
engendrando reacciones, tentativas de liberación personal, de liberación social, que
adoptarán toda clase de formas. Por toda Europa se levanta un clamor reclamando la
participación obrera o la codeterminación y hasta el control de los trabajadores. Por
ahora todas esas tentativas son mínimas. Más bien creo que son engañosas y que, de
hecho, pueden minar los serios esfuerzos de la clase obrera por liberarse. Pero en parte
constituyen también una respuesta pertinente por representar una intuición y un
entendimiento robustos de que la coerción y la opresión, ya sean hechas poder económico
privado o burocracia estatal, no forman parte necesariamente de la vida humana, ni
muchísimo menos. Cuanto más concentración de poder y autoridad, más rebelión y
mayores esfuerzos para organizarse a fin de destruirlas. Tarde o temprano esos esfuerzos
serán coronados por el éxito. Así lo espero.
Publicado en ZNnet
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